¿Qué es el patriarcado?
Juana de Arco es conducida a la hoguera, por Isidore Patrois. (Foto: TÉLÉOBS)

No es una casualidad que la mitología cristiana (y otras tantas) afirme que fue Eva quien mordió la manzana. En realidad, la intencionalidad de ese relato plasmaba una evidencia: que los varones tenían más poder que las mujeres en la vida política y social de aquel momento. ¿Y qué sucede cuando un grupo tiene más poder que otro? Ello, en mayor o menor medida, acaba implicando una situación de dominio, puesto que el poder, para que tenga sentido, se debe ejercer sobre otras personas o colectivos. Así pues, la historia política recoge, por ejemplo, como los reyes han ejercido poder sobre sus súbditos, o como imperios sometieron a sus colonias.

Asimismo, es sabido que todo poder desarrolla una doctrina que lo justifica. Reinos e imperios tenían la suya propia, y es precisamente eso lo que los convierte en sistemas de dominación. Sin embargo, como el poder se ejerce en varias parcelas, es posible encontrar otros sistemas de dominación que trascienden la estricta esfera política. En este sentido, es donde tiene anclaje el patriarcado. Pero, de igual modo que los fundamentos de dominación del Imperio Romano, no eran los mismos que los del Tercer Reich; conviene diferenciar distintos grados de patriarcado.

Alicia Puleo distingue entre 'patriarcado de coerción' y 'patriarcado de consentimiento'. En ambos existe un dominio del hombre sobre la mujer, pero en el primero éste se lleva a cabo mediante instrumentos marcadamente represivos, como puede ser un ordenamiento jurídico determinado. Este tipo de patriarcado sería, sobre todo, el correspondiente a la antigüedad. En cambio, actualmente, predomina un patriarcado cuyas características son mucho más sutiles, más de consentimiento. Para poder estudiar este tipo de patriarcado, el análisis debe contar con unas herramientas capaces de identificar estas sutilezas.

Hoy en día, en la mayoría de países, las mujeres, al menos formalmente, cuentan con los mismos derechos que los hombres. No obstante, en la práctica siguen existiendo criterios discriminatorios. ¿Por qué? Las diferencias biológicas que podamos tener hombres y mujeres no sirven para comprender, ni justificar, ninguna discriminación. Por consiguiente, la respuesta estará más allá de la propia naturaleza, probablemente en algún tipo de construcción social. Es aquí cuando cobra especial relevancia la distinción entre sexo y género. El sexo es netamente un elemento biológico, mientras que el género es un constructo social diseñado en base a la atribución de roles.

Consecuentemente, es factible afirmar que la sociedad ha interiorizado los rasgos de lo masculino y femenino, que ella misma ha sido capaz de darse. El problema radica en que esta visión, debido al desequilibrio de poder entre hombres y mujeres, ha diseñado un escenario que beneficia claramente a los primeros. Pero, ¿cómo se configura este escenario?

  1. Se parte de un hecho real  como es la existencia de dos sexos.
  2. Se potencian las diferencias derivadas del hecho anterior.
  3. Esta premisa sirve para construir los dos géneros (masculino y femenino).
  4. A cada género se atribuyen, según los propios intereses, nuevos rasgos.
  5. Las desigualdades, fruto de este proceso, se naturalizan y, en algunos casos, se aceptan como inevitables.

La consecuencia de este proceso es que este género femenino (construido) proyecta un arquetipo, de la mujer, que pretende justificar las desigualdades. Esta construcción se sostiene sobre determinados aspectos, con un considerable potencial de reproducción, pensados para perpetuar el propio patriarcado. Así pues, por ejemplo, en el ideario colectivo pervive, en ocasiones, la figura de la mujer como sujeto pasivo. Esta idea se materializa a través de las numerosas historias en las que “la chica” de turno ha sido secuestrada y, cómo no, uno o varios hombres han de acudir a su rescate. En otros casos se deja entrever que “la chica” ha sido secuestrada por alguna actuación imprudente, lo que intenta denotar, además de su vulnerabilidad, un carácter poco racional.

Asimismo, también es destacable el marco de actuación tan específico que tiene la publicidad. No me refiero únicamente a que los hombres anuncien coches y las mujeres detergentes, sino al propio significado que hay en el consumo que hace una mujer y un hombre. Da la sensación que el hombre consume objetos con la finalidad de tener éxito en su vida; mientras que la mujer parece más preocupada por su aspecto, el cual paradójicamente responde a cánones de belleza diseñados por hombres. Se puede argumentar que los anuncios de crema y maquillaje simplemente se dirigen a sus potenciales consumidoras, pero ¿hasta qué punto todo este engranaje no resulta alienante?

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