El 2016 se presentaba como el momento de una necesaria reivindicación de rugby europeo. La hecatombe que supuso la Copa del Mundo 2015 para las selecciones del Viejo Continente, hacía presagiar una reacción necesaria y orgullosa, en pos de acabar con el dominio oceánico.

Tal y como se preveía, los europeos han llevado a cabo ambiciosos cambios en su estructura y equipos, en aras de volver a dominar el deporte oval. Nueva Zelanda e Inglaterra han sido los dos equipos que han hecho vibrar al gran público, pero otros muchos han presentado sus credenciales para llegar a la siguiente Copa del Mundo con un bagaje positivo.

Nueva Zelanda hizo historia

Nunca ninguna selección nacional había sido capaz de implantar un imperio construido con 18 victorias consecutivas. Si había alguien capaz de hacerlo eran los All Blacks, y 2016 fue el año en que lo consiguieron. Su rugby veloz y preciso fue imparable hasta la ventana de noviembre.

Nombres como los de Aaron Smith, Julian Savea o Maanonu entrarán en el olimpo de los dioses del rugby. Su racha la cortó Irlanda en un apoteósico encuentro disputado en Chicago, en el que el XV del Trébol volvió a rendir a su mejor nivel.

Por su parte, Australia denotó una clara tendencia negativa en juego que no en resultados, ya que los wallabies tiraron de oficio para terminar el año con más victorias que derrotas. Sin embargo, hay claras señales de agotamiento y pérdida de identidad de un equipo que no mueve el balón con la fluidez necesaria para jugar como pretende.

Aunque la gran decepción del 2016 fue Sudáfrica. Los springbox han cuajado la peor temporada de su historia. Dirigentes altivos, entrenadores sin profundidad y una clara pérdida de identidad de un rugby que no ha evolucionado tácticamente, son los motivos por los que Sudáfrica se ha sonrojado al ver cómo su selección perdía ocho partidos de los catorce disputados, cayendo ante selecciones como Italia y siendo humillados por Nueva Zelanda.

Inglaterra resurge de sus cenizas

La debacle que supuso caer en la primera fase de la Copa del Mundo que ellos mismos albergaban, no podía hacer presagiar ni al inglés más optimista, un 2016 tan brillante como el que ha cuajado el XV de la Rosa. Eddie Jones asumió el mando de un equipo joven, en el que las ganas de redención superaban a la vergüenza.

Jones dio la manija del juego al duopolio formado por Owen Farrell y George Ford, haciéndoles ver que juntos son más fuertes y repartiendo las patadas a palos entre ambos. La humildad de los dos jugadores ha sido vital para dejar atrás polémicas pasadas y hacer que el juego de la selección fluyera libre cual agua de manantial, combinando una potente delantera con una intensidad notable en defensa y velocidad en las alas, con Joseph como anotador compulsivo.

Inglaterra acumula la friolera de 14 victorias consecutivas, y podría batir el récord vigente de Nueva Zelanda si revalida su título en el VI Naciones. En 2016, el XV de la Rosa acabó el torneo continental con pleno de victorias, y si lo repitiera en 2017, sería la mejor selección de la historia en cuanto a triunfos consecutivos.

En cuanto al resto de equipos europeos, es preciso destacar un cierto estancamiento de Gales e Irlanda, cuyo gran rendimiento en el pasado ciclo mundialista y su decepción en esta cita, parece haber sentado mal. En todo caso, ambos países tienen mimbres más que suficientes para seguir con escaramuzas victoriosas e ir progresando poco a poco.

Francia está llevando a cabo una transición dulce en su equipo, que apunta a un futuro esplendoroso, aunque aún es preciso ser paciente con el XV del Gallo. Destaca sobremanera la progresión de Escocia, con un Laidlaw que se ha erigido en el líder espiritual de un equipo tan vistoso como poco efectivo. Y es que a Escocia se le han escapado partidos en los últimos minutos, por lo que ha de trabajar en estos tramos críticos de partido.

El VI Naciones de 2017 tendrá la novedad de la inclusión de bonus, tanto ofensivo como defensivo, con la finalidad de dinamizar el juego e incentivar un rugby más ofensivo.