Aceras mojadas del destino
Foto: Antiqua Libros

Dicen que la calle, esa arteria por la que circula la cruda verdad y la disfrazada mentira, puede ser tan grande y varia como el mundo. Cuentan que en todo el mundo no hay más de lo que hay en una sola calle; porque en aquella calle, bajo ella y sobre ella, se edifica el micro mundo de vilezas y grandezas en las que se sustenta la existencia del ser humano. Desde el barro de los sueños derribados, hasta la realidad de los edificios levantados, puras revelaciones de un azar que modela un destino que solo los valientes pueden traducir.

La calle modela infinidad de destinos, pues puede constituir un medio tan confuso y hostil como acogedor, en sus aceras se encuentran a los peores enemigos y tras las sombras de sus farolas se ocultan peligros tan reales como ciertos. Sobrevivir sobre sus mojados adoquines, colchones de almas perdidas, puede ser tan complicado, que cuando se está preparado para hacerlo, se está para todo. En estos tiempos pisar la calle es como pisar un mundo extranjero, pues la calle es como un poema de Baudelaire, tremendamente incomprensible y apasionante. En la diversidad de sus lenguas de alquitrán posee su propio idioma, y la clave para sobrevivir es saber traducir la complejidad de una realidad absolutamente surrealista.

El mundo se ha tornado incomprensible, como una torre de Babel de sueños realizables e irrealizables que se eleva en una espiral alienable. Para los que se creen triunfadores, lejanos quedan aquellos días en los que sus tímidas incursiones en los suburbios de la ciudad, mostraban a chicos asustados, pegados a sus paredes repletas de pintadas ininteligibles. Soñaban entonces con ser amos de aquella calle, de aquel pequeño mundo, pero ser amo de la calle, es tan complejo como ser amo del mundo. A medida que se va envejeciendo se va siendo consciente de que no se puede dominar el mundo, pero también de que si se supera el miedo, a fuerza de heroísmo se puede llegar a estar preparado para dominar y traducir el sentido de su propia calle. El mundo, la calle, es como una lengua extraña que se ha de traducir; el ser humano se pregunta: ¿Cómo se puede traducir el mundo, la calle en la que le ha tocado crecer, desarrollarse y vivir? El azar (llamado destino en otro lugar) ubica al ser humano en la calle desde la que ha de partir, pero son sus decisiones, su forma de expresar, desarrollar y traducir sus inquietudes, las que marcarán el devenir de sus experiencias vitales.

La calle es aterradora y cómica a la vez, porque se puede ver la luz por primera vez en mitad de la puta nada, en mitad de una guerra o en los entrantes a la bacanal de la abundancia. El azar de la vida la puede convertir en tan maravillosa como absurda, conexiones que se escapan por la esfera de un reloj derretido por la mirada de Dalí, ilusiones que van a parar a las alcantarillas del camino de cada ser humano. Depende en gran medida de su respuesta a la adversidad, el establecimiento de un rumbo, esa es la Rosa de los vientos, la respuesta de supervivencia vital. La calle es un oficio, una escuela de idiomas, porque de un modo u otro el ser humano debe encontrar la forma de realizarse y sobrevivir, cumplir con sus objetivos.

Es importante afrontar la vida a pecho descubierto, sobre aquellas aceras que forjan el carácter y el destino. El problema es que cada vez menos gente tiene acceso a la calle de su destino, al mismo número de oportunidades. Desafortunadamente para demasiados seres humanos la calle está constituida por terrenos baldíos, potreros en los que la desgracia les mira directamente a los ojos, micro mundos en los que la lacerante punzada del hambre apenas les deja tiempo y espacio para traducirse a sí mismos. Paradójicamente la vida es bella y de la oscuridad puede surgir un rayo de luz llamado talento. En tiempos en los que chicos privilegiados tienen acceso a una Universidad, a una academia para aprender a cantar, o un complejo deportivo para aprender a competir, existen demasiadas calles mojadas en las que el agua anda descalza. En la locura de esta sociedad, se ha llegado a un punto en el que la calle es un tratado de extranjería, porque todo ser humano es extranjero nada más salir del umbral de su propia madre. Ni aquellos que han gozado del privilegio de acceder al sistema educativo, poseen la certeza de que pueden traducir las calles de su destino. Apenas llueve pero las aceras siguen mojadas porque el ser humano no comprende nada, ha complicado de tal manera la traducción de sí mismo, que es una quimera pretender que traduzca a los demás visitando la lejana calle de la empatía. De ahí los problemas de esta humanidad, que se siente extranjera en su propio cuerpo y es incapaz de encontrar la piedra roseta de las mil lenguas. Por ello llaman tanto la atención aquellas historias forjadas en el heroísmo, en la verdadera crudeza de la vida, sorprendiendo al resto con un torrente natural de arte y talento. Condiciones naturales e innatas en los grandes genios, pero fortalecidas y afiladas en un medio duro y hostil que les curte en pequeñas batallas diarias contra los elementos. De esta forma dominan el mundo, su calle, sus destinos, aprendiendo a caer, a levantarse, a zafarse de sus enemigos, saltar para no hacerse daño, buscarse la vida…

Dicen que son tan solo quince o veinte calles repartidas por el laberinto del mundo, en las que la picardía y la capacidad para saber andar descalzo y detenerse, les permiten traducir este incomprensible e irrespirable barrio. Una luz al final del túnel, calles mojadas para andar, despacio y sin prisa. Calles frías, con bancos de cartón, pero de las que surgen inexplicables notas de color sobre el lienzo gris de la escasez y sus castillos de arena. Solo de esta forma resulta comprensible la existencia de lo extraordinario, el azaroso genio del deporte, el arte y el espectáculo. Un genio que traduce el lenguaje de su propia calle, que encuentra su modo de expresión y lo hace de tan maravillosa manera que acaba convirtiéndose en las palabras de otros. Aquel que trasciende y pasa a formar parte de las palabras del fan, el aficionado, el crítico, el relator, pues en gran medida la leyenda comienza cuando la voz del narrador, la prosa del periodista, o la emoción del aficionado, describe lo que siente al contemplar o escuchar la obra del artista.

La calle y el mundo constituyen un laberinto cada vez más complejo, pues el ser humano no parece dispuesto a traducirse a sí mismo y coarta su propia libertad de elección, conduciendo al rebaño hacia una única salida posible. Son demasiadas las veces en las que hay que escapar por la salida de emergencia, en las que el talento solo puede salir por la escalera de incendios. Por lo tanto el talento es su piedra roseta, la forma de rebelión de un ser de la calle que no puede traducir su propio camino. En ese camino surge el arte, brota la magia, se descubre la empatía y el sueño puede llegar a convertirse en realidad. Ni la vulgaridad ni la genialidad dependen del hecho de crecer en un palacio de lujo, una favela o una calle residencial. Hasta el momento nadie ha sido capaz de predecir de forma precisa el lugar en el que nacerá el próximo genio, el próximo crack que escapa por la escalera de incendios. El mundo es una calle desigual, seres humanos extranjeros viven puerta con puerta, calle con calle, pero en un minúsculo e indeterminado punto de nuestro planeta acaba de nacer otro genio que comienza a traducir su mundo, y dominar su calle. Comienza a experimentar, expresar y crear, para hacer la vida mucho más feliz a varias generaciones a las que a duras penas dejan caminar por las aceras mojadas de sus destinos, aquellos sobre las que el agua siempre andó descalza.

VAVEL Logo