¿Ser o no ser? ¿Tener o no tener? ¿Hacer o no hacer?
Foto: Fotógrama de 'Hamlet' de Laurence Olivier

El mediocre modelo de ciudadanía implantado en la actualidad convierte al ser humano en siervo y vasallo del consumismo. Toda ideología política, religiosa o moral, se consume y por tanto jamás se llega a desarrollar a interiorizar en su concepción más pura, convirtiéndolas simplemente en competencia, por tanto en rivales y objetos de dominación. Los hechos resultan absolutamente irrefutables y en cada noticiario se puede comprobar todo un tratado de posesión traducido en la tragedia diaria de una sociedad, una humanidad intolerante y absolutamente carente de empatía.

Producción y consumismo

La ciudadanía es una condición que debería desarrollarse en igualdad al resto de los ciudadanos, pero esta pierde todo su valor en el momento en el que esa condición de igualdad, esa proporcionalidad en el crecimiento se quiebra en mil pedazos en función de la producción. Desgraciadamente la sociedad actual fundamenta sus pilares en tres preguntas fundamentales: ¿Qué se produce? ¿Quién produce? Y ¿Para quién se produce?, tres cuestiones que se traducen en ¿qué se consume?, ¿quién consume?, y ¿quién decide lo que se consume?

Bajo estas premisas no es de extrañar que la intolerancia y la vulgaridad se extiendan de forma masiva. Siendo desgraciadamente partícipes de esta ciudadanía consumista que vive de la desigualdad, que nace de un modelo educacional muy cuestionable, solo sería factible el inicio de una transformación hacia algo mejor, tomando la iniciativa de decidir de forma activa y coherente lo que se consume, logrando interferir en la producción.

El concepto de igualdad en la ciudadanía es por tanto un mito, una utopía en el actual modelo consumista y solo intentando ser diferente quizás se pueda emprender una senda que abra líneas de viaje hacia una sociedad si no mejor, al menos más culta y tolerante.

La mediocridad como modelo de éxito

Si se consume masivamente algo, acaba convirtiéndose en modelo de producción y basta un pequeño estudio sociológico para comprobar que la mediocridad es el modelo de éxito de nuestro tiempo. En la actualidad lo superfluo legitima tanto la política, como la religión, por su puesto la economía, pero lo más grave es que legitima el éxito y una falsa creencia de felicidad.

Resulta muy triste comprobar el hecho de que tener éxito en la vida se resume a poseer un gran coche, una gran casa, una abultada cuenta bancaria, cargos de relevancia política, religiosa o social, pero olvidan que la felicidad es otro concepto del todo más profundo, que va mucho más allá de todas estas cuestiones.

Es indudable que en el modelo de ciudadanía actual el supuesto estado de bienestar se encuentra más cercano a las posesiones, el apego a lo material es absolutamente brutal y casi indispensable en la superflua supervivencia, pero este no tiene nada que ver con la auto realización personal. Nada más lejos de la realidad porque esta sociedad de consumo aboca al mundo a una producción masiva de infelices, cuyo apego al materialismo impide saciar al voraz consumidor, que nunca se encuentra satisfecho con sus posesiones.

La comercialización de la vida y la muerte es dogma, un hecho absolutamente comprobable, somos lo que tenemos y seremos lo dejamos de tener, cuando en realidad debimos ser lo que hicimos y lo que dejamos de hacer. El mundo es una inmensa esfera sobre la que llueven catálogos de lo que debemos ser, lo que debemos creer, lo que debemos hacer, quizás por eso somos tan vulgares. Desde el principio de los tiempos esto fue así, pero en la época del consumismo estos conceptos se han intensificado, siendo utilizados como mortífera arma de dominación y herramienta perfecta para la manipulación.

Ante ello solo existe una pregunta: Como dijo Hamlet ¿Ser o no ser?, como escribió Shakespeare de esta frase intemporal solo surgen dos caminos. Fingir la locura y formar parte de ella, decir a otros lo que quieren oír (no ser) para obtener  lo que se quiere (ser). Pero ser en realidad es otra cosa, es convertirse en Hamlet, es comenzar a ser, hacer y ver todo desde un punto totalmente diferente a como está determinado por los que dominan el mundo, la producción, el consumo y su víctima perfecta: el ser humano. Una humanidad evolucionada tecnológicamente, pero egocéntrica, anclada tanto religiosamente como éticamente; anquilosada en fanatismos que le impiden avanzar en su pensamiento racional, cayendo en una irracionalidad atávica absolutamente vergonzosa y vigente.

Una sociedad que debe plantearse desde ya caminos paralelos para hacerse, verse y ser de una manera mucho más coherente e igualitaria desde el punto de vista humanitario. Un modelo en el que solo es posible un cambio si el consumidor logra cambiar la producción efectuando una revolución pacífica, dejando fundamentalmente de consumir la mediocridad con la que ejercen su dominio los vulgares dueños del mundo. Quizás una utopía, pero la única a nuestro alcance y aun posible…  ¿Tener o no tener? ¿Hacer o no hacer? ¿Consumir o no consumir?

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