Tres golpes desatan la tormenta. Tres las señales que precisa Stanislas Wawrinka para verse en el abismo. Es la final del Mutua Madrid Open y el suizo, que llega con 9 victorias consecutivas bajo el brazo, se ve de salida con un 0-40 adverso ante Rafael Nadal. El español no pega, tritura. En apenas un suspiro se procura hasta seis bolas de 'break'. Y pasados 71 minutos escasos ya se tumba en la tierra, victorioso (6-2 y 6-4) mientras aún resuenan los ecos de sus golpes. Ya en pie desafía al mundo. Acaba de sumar su quinto título en siete finales desde su regreso el pasado mes de febrero. Su 23º trofeo de Masters 1000 y el 40º sobre tierra, los mismos que Thomas Muster y a sólo seis del récord de Guillermo Vilas. Pero también el reconocimiento unánime. Silenciadas ya todas las voces incrédulas en torno a su armadura, Nadal afrontará la cita de Roland Garros (a partir del 26 de mayo) henchido de credenciales. Intacto en mente y raqueta tras protagonizar su mejor arranque de temporada que se le recuerda.

“Estoy muy feliz y quizás esta victoria es aún más especial por donde venimos, de una temporada complicada”, comenta el mallorquín, nuevamente campeón en Madrid tras los éxitos alcanzados en las ediciones de 2005 (en el viejo Rocódromo de la Casa de Campo) y 2010. “Jugar aquí era una ilusión muy grande. Creo que he jugado un gran partido, el más agresivo de todo el torneo”, continúa.

Nadal apenas le concedió un 16% de puntos al resto a Wawrinka

El triunfo retrata un afán de superación pocas veces visto. Atrás quedan las lágrimas y los quejidos de dolor tras más de siete meses alejado de las pistas por una rotura parcial del ligamento rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda. Y los gestos de impotencia al comprobar cómo se esfumaban citas marcadas en rojo en el calendario como los Juegos Olímpicos de Londres, el US Open, la cita de Maestros o la final de la Copa Davis en Praga. Para Nadal, cada partido desde su vuelta es un regalo. Un tributo al guerrero que jamás pierde la esperanza.

Todo esto se respira en la Caja Mágica. Desde el comienzo Nadal dinamita el partido. Sus puñetazos resquebrajan la arcilla y las piernas de Wawrinka, cocidas tras disputar hasta nueves sets en tres días. De hecho, el helvético perdió la final durante las noches del viernes y el sábado. Sus duelos a fuego con Jo-Wilfried Tsonga (salvó tres bolas de partido) y Tomas Berdych, en el que libró un 2-4 en contra en el parcial definitivo, sirvieron de guillotina. Devorado, encaja un 4-0 que bien parece una lápida. Únicamente en la segunda manga se ve al 'Stan' pegador, al jugador con doble diana, tan letal al revés como con el 'drive'. Llegó a sortear un nueva ratonera (6-2, 2-2 y 0-40 adverso), pero sin premio. No ante un Nadal que se reservó su mejor estampa en la final: granítico tanto al servicio (90 por ciento de puntos con primeros) como en los intercambios. Puro desenfreno.

Esta colección de títulos (junto a  Sao Paulo, Acapulco, Indian Wells y Barcelona) podría tener huella en el futuro. Después de recoger 910 puntos en Madrid, Nadal desbancaría del cuarto puesto del ránking a David Ferrer siempre y cuando revalidara el título en Roma. O lo que es lo mismo, evitaría un hipotético cruce con los tres mejores del mundo (Novak Djokovic, Roger Federer y Andy Murray) en los cuartos de final de Roland Garros, el segundo Grand Slam de la temporada. En ese patíbulo donde tantas veces (hasta siete) ha balilado con la historia.