Nadie podía creer lo que ocurría en París. Luego de 37 sets ganados de forma consecutiva en Roland Garros, Rafa Nadal se veía sorprendido y obnubilado por el guerrero argentino que salió a la pista decidido a llevarse el mundo por delante. Schwartzman era una aplanadora y con golpes sensacionales a muy altas velocidades, y otros disparos que encontraron ángulos muy abiertos, se mostraba entero, suelto, y por qué no, dispuesto a consumar una hazaña inimaginable ante el tenista diez veces campeón del certamen parisino.

Era de sospechar que, por las características de ambos, el partido iba a entregar duelos interesantes desde el fondo de la cancha. También lo era pensar en una táctica agresiva y constante por parte del actual número doce del circuito si es que éste quería contar con alguna posibilidad de derrotar a la leyenda española. Pero claro, lo que uno no preveía en un inicio era que los aciertos  y la confianza de Schwartzman iban a ser tan abrumadores y continuos, y por otro lado, que Nadal (por méritos del argentino y por errores propios) estuviese tan urgido a la defensiva, sin prácticamente tomar el dominio de ninguno de los puntos.

El Peque, sin nada que perder y con mucho para ganar luego de la heroica que consiguió llevar a cabo ante Kevin Anderson y le brindó la chance de disputar los cuartos de final de Roland Garros, arrasó en cada uno de sus turnos al resto: provocó chances de break en abundancia y pudo romper el saque del balear en tres oportunidades durante el primer parcial. A pesar de este claro dominio del argentino, que hacía recordar el rostro de Robin Soderling en la mente del público y de ser él quién mandase en la pista, el poco daño que causa, habitualmente, con su servicio le impedía plasmar esa superioridad notoria en el marcador.

Nadal no jugaba bien y esta rareza era aprovechada por el tenista porteño. Como consecuencia de los escasos tiros ganadores convertidos (cuatro) y de los 14 errores no forzados, el número uno del planeta  -que había revertido los dos primeros quiebres en su contra-, no pudo romper el saque de su rival por tercera vez y no encontró la forma de evitar que el set cayera del lado del argentino por 6-4. La lluvia, sin embargo, se alinearía y le haría un guiño de ayuda, como en el Foro Itálico de Roma, al pupilo de Carlos Moyá.

El segundo set era una prolongación calcada del primero. Con Schwartzman metido en el centro de la cancha distribuyendo el juego a su manera, y con Nadal confuso, errático y siempre obligado a salvar y revertir quiebres. El tanteador reflejaba un llamativo y justo 3-2 con saque para el argentino cuando la lluvia jugó un papel preponderante en la jornada de París, obligando a interrumpir por varios minutos el excelente nivel que lucía el doce del mundo.

Después de unos 45 minutos de inactividad, aproximadamente, las autoridades decidieron retomar el juego y fue en ese momento cuando Nadal, con una táctica más agresiva y con pelotas más pesadas, dominó y cambió el rumbo de historia: rompió el saque de un Schwartzman que no estuvo preciso en la reanudación del duelo y dejó escapar una linda chance de adelantarse 4-2 luego de fallar un punto casi servido en la red.

El mallorquín elevó su confianza, su juego y, tras romper una vez más el saque del Peque, tomó ventaja de 5-3 y servicio. No obstante, la lluvia volvió a aparecer y lo hizo de forma definitiva por lo cual se tomó la decisión de postergar la definición del partido hasta el día de mañana. Nadie le quitará la ilusión a Diego Schwartzman que ha demostrado carácter de sobra en el torneo y que descansará sabiendo, que ahora, está a dos sets de destronar al rey de la arcilla.