A todos se nos viene a la mente el nombre de Rafa Nadal cuando aglutinamos los términos que asocian el tenis con París. El excelso currilucum del manacorí tiene su guinda, su principal cima en ese torneo parisino tan conocido para todos. Roland Garros es la cumbre en la arcilla gala. Es pasar por Montercarlo, Madrid y Roma, es batir ese tenis para llegar a la cúspide de la disciplina, es, para unos pocos elegidos, levantar la Copa de los Mosqueteros en un templo como la pista Philippe-Chatrier. Y es ahí, donde nos vamos a parar, en cada centímetro de su arena, en cada grano de tenis que la forma.

Con la muerte del mes de mayo y el nacimiento del nuevo trienio, los focos del estadio que llevan el nombre del gran responsable de la vuelta del deporte de la raqueta a la disciplina olímpica gala iluminan más si cabe la ciudad de la luz. París es tenis. La urbe más reconocida a nivel mundial de toda Francia se convierte en la Capital del Tenis. La historia está en sus pistas, la inmortalidad en cada centímetro, en cada bola. El que más barro acumule en el estampado, el que más serpenteé para recoger bolas imposibles, alcanzará la gloria.

No hay mejor término para definir los encuentros en esta principal que el de ‘inesperado’. Nada se dará por hecho cuando las puertas de la pista central se abren de cara al público. España lidera en estos últimos años los gritos de victoria. Los 15 kilos del trofeo han subido a lo más alto de los cielos francos a manos de hispanos. Rafa Nadal ha sido el último de una larga estirpe de españoles que alcanzaron el éxito. Manolo Santana fue el primero en saborear la miel de la victoria delante de más de 15.000 almas. Fue el primero de muchos. Fue la primera de su doblete. 1961 y 1964 situarían a España en el mapa del tenis mundial. Más tarde y con el paso de los años, llegaron los Gimeno, Bruguera, Costa, Moyá,Ferrero y Nadal. En total, 18 botines que han cruzado la frontera. Que han volado directamente a territorio nacional.

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Pero, no todo queda ahí. La historia en esta pista ha abarcado mil y una batallas de dimensiones estratosféricas que siguen en la retina de todo el amante del tenis. Debido a su característica nacional, Francia abarcó todos los títulos desde 1981 hasta 1926. Pero fue tras la 1ª Guerra Mundial, cuando se vivió el verdadero tenis, la verdadera pasión con duelos portentosos como el que se vivió en el año 1927. Ya formado como un torneo internacional, de nuevo un francés se alzaría con la victoria en un choque épico. El partido entre René Lacoste y el estadounidense Bill Tilden es considerado el primer gran combate tenístico al decidirse en el último y quinto set por 11-9. El mismo protagonista, Lacoste, lograría otro bonito romance con la tierra parisina al hacer lo propio dos años después frente a otro francés, Jean Borotra, al vencer en el ‘tie break‘ por 8-6.

Si pasamos las hojas del calendario con celeridad, podemos seguir observando más recuerdos que guardan las redes del Grand Slam. Esas redes, esos ojos, esa tierra ha visto coronarse a leyendas como Nicola Pietrangeli, dos veces campeón, a Björn Borg o Jim Coulter, todos ellos marcados a fuego en los libros de historia del tenis mundial. Y es que esta pista siempre ha sido especial. Este recuadro de 8×23, este Grand Slam ha sido el preferido por todo tenista. Más allá de Melbourne, EEUU o la hierba de Wimbledon, los deportistas lo tienen claro. La historia reside en París.