Para alcanzar la gloria hay que sufrir. Es un mensaje que todo aspirante a lo máximo en el mundo del tenis y en la vida, ha de tener bien interiorizada, y Andy Murray aspira a llegar a la cima del tenis mundial. Está más cerca de lo que lo ha estado nunca, y no solo cuantitativamente, sino también por las sensaciones de superioridad y solidez de las que está haciendo gala.
Su encuentro ante Martin Klizan fue una prueba más de que el de Dunblane está dispuesto a todo. Y es que ganar partido cuando no se juega bien, es una habilidad que no muchos tienen. Solo los mejores son capaces de ponerse el mono de trabajo y asumir con humildad que hay días en los que no es importante jugar bien, sino ganar. Algo tan sencillo y a la vez tan complejo como ganar.
Klizan exprimió a Murray
El eslovaco es un jugador de todo o nada, y este 2016 está alcanzando el culmen de la irregularidad. Ha ganado catorce partidos en el circuito ATP en lo que va de año, y diez de ellos han sido en los dos torneos en los que se alzó campeón. Coletazos letales en Rotterdam y Hamburgo han dado a Klizan los puntos necesarios para estar en la élite, pero también el conformismo suficiente para vagar penosamente por las pistas el resto de temporada.
Murray estuvo muy errático incluso en el saque, cometiendo cinco dobles faltas
No fue el caso en Viena, donde Klizan transmitió las sensaciones de ser ese jugador tremendamente agresivo capaz de desbordar a cualquiera. Mantuvo el pulso con Murray en el primer set, y en la segunda manga se desató un sublime espectáculo del que salió vencedor el eslovaco tras un esfuerzo extenuante. Lo pagó caro en el tercer parcial, donde Murray voló demostrando que está hecho de otra pasta.
El resultado final fue de 6-3 6-7 (5) 6-0 en favor de Murray, cuyo siguiente rival será John Isner, que venció a Feliciano López en un agónico duelo resuelto en el tiebreak del tercer set. No hay margen de error para el escocés en su carrera hacia el número del mundo, y necesitará de la mayor concentración para ganar al de Greensboro.