No hace mucho tiempo, concretamente cuatro años, David Ferrer copaba los puestos punteros en el ranking ATP, siendo un jugador casi imbatible, tenaz y resistente. El alicantino, todo un veterano y, al mismo tiempo, un peso pesado entre las altas esferas del tenis mundial, siempre ha sido un icono, tanto dentro como fuera de las pistas. Casi 18 años han pasado desde que jugase su primer partido a nivel ATP, y casi 16 desde su primer título. Aquel David Ferrer, inocente y con poca experiencia sería, dentro de no mucho, una de las raquetas más temidas en todo el circuito.

La ética de trabajo es un pilar fundamental en su tenis. Trabajo arduo, amor y pasión por el deporte son ingredientes que complementan a su técnica, lo que le hace un jugador aguerrido, consistente y muy difícil de superar. Pocas veces favorito en las quinielas para hacerse con un gran título, esa falta de favoritismo le convierte en un jugador aún más peligroso, experto en hacer saltar la sorpresa y en superar todo tipo de adversidades, se llame Nadal, Djokovic o, incluso, Andre Agassi.

David Ferrer ganó su primer título ATP a la edad de 20 años. Como todos sabemos, el tiempo pasa, y nos afecta a todos. Campeón en París-Bercy, finalista en Roland Garros o la Copa de Maestros y semifinalista en múltiples grandes torneos, el alicantino ha sido un asiduo inquilino del Top Ten, pero los tiempos cambian, y este 2017 ha supuesto un punto de inflexión tanto para él, como para su staff, como para sus numerosos fans en todo el universo tenístico.

Un inicio de año diferente

David Ferrer comenzó el año como número 21 del mundo, algo verdaderamente histórico, ya que hacía siete años que no comenzaba la temporada fuera de los diez primeros clasificados. Consciente de su edad, 35 años, y de la fuerza con la que vienen pegando las futuras generaciones, el alicantino cosechó malos resultados desde los primeros meses de competición, siendo eliminado de forma prematura tanto en Australia como en Roland Garros, donde no llegó a la segunda semana. Algo parecido ocurrió en los Masters 1000; ausente en Indian Wells y en Montecarlo, y eliminado prontamente en Miami, era momento para reflexionar y marcarse unos nuevos objetivos.

Es muy difícil mantener el ritmo competitivo durante tantos años, y más siendo David Ferrer, un tenista incansable, capaz de estar horas y horas disputando cualquier partido ante cualquier rival. Las piernas se debilitan, y la rapidez ya no es la misma transcurridos quince años de competición al más alto nivel. Curioso era también su bagaje ante Top Ten, condición que él ostentó durante tanto tiempo, ante quienes no obtenía una victoria desde el Roland Garros de 2015, cuando batió a Cilic en octavos de final; una maldición que se rompió hace escasos días, con su victoria ante Dominic Thiem en los cuartos de final del Masters de Cincinnati.

Hay luz al final del tunel

Si algo nos ha enseñado el tenis español durante todos estos años, es que nunca hay que darle por acabado. En un momento crucial del año, y cuestionándose su continuidad en el tenis profesional, David Ferrer resurgió de sus cenizas para, una vez más, dar una lección sobre profesionalidad y entereza, ganando el ATP 250 de Bastad, que suponía su 27º título ATP, sexto de forma consecutiva. Esa humilde, pero poderosa victoria, dio alas al carismático jugador español que, fuera del Top-40 en ese momento, volvió a despegar sin dar, de momento, señales de aterrizaje.

Con más de 700 victorias oficiales, superando a un mito como Boris Becker, quien incluso se rindió ante el alicantino, era el turno de la gira americana, que pondría a prueba la regularidad de David. En Montreal superó dos auténticas maratones, ante Kyle Edmund y Jack Sock, dos jugadores que prometen mucho de cara al futuro, y fue eliminado por el, posiblemente, jugador más en forma de este 2017: Roger Federer, en un partido que el suizo tuvo que remontar. No contento con eso, Ferru fue a más y llegó hasta las semifinales del Masters de Cincinnati, dejando por el camino a jugadores muy en forma, como Carreño o Thiem. En esas semifinales, que perdió habiendo forzado dos tie break, su rival fue Nick Kyrgios, verdugo también de Rafael Nadal.

Estos fenomenales resultados, causados por la falta de presión que adormecía al alicantino, han permitido que el antiguo número tres del ranking se posicione, a día de hoy, como 25º mejor clasificado, y siendo un firme candidato a volver al top 20. Para ello, tendrá que seguir con esta buena dinámica en el US Open, donde será cabeza de serie. Pase lo que pase, ha quedado demostrado que la calidad no se pierde, y un buen ejemplo de ello es el gran David Ferrer.