Para el hincha de Atlético Nacional no es ajeno el placer de disfrutar de los mejores jugadores del rentado local y continental, aunque por obra casi del azar pocos se han convertido en verdaderos ídolos de la institución. Pero Alejandro Guerra lo logró a pura velocidad, respeto y culto al balón.

Sin embargo, hay algo a lo que el hincha de Nacional no ha podido ni podrá acostumbrarse: a la partida de ídolos futbolísticos y personales. La lista en los últimos años es interminable, muestra tal es que para muchos es imposible elegir un solo jugador al cual dedicarle su fuerza, aplausos y arengas en cada partido. Habrá quienes todavía se toman con calma esta situación, otros por su parte mostrarán su sentimiento y otros simplemente darán vuelta a la página, porque es verdad que los jugadores pasan y la institución sigue en pie.

Pero hay casos especiales y este es uno de ellos. Demostrar lo que Alejandro Abraham Guerra Morales fue para algunos no tiene nada de dramático ni mucho menos melancólico, es única y exclusivamente la necesidad de dejar claro un sentir, una idea, o simplemente hacer catarsis para nunca olvidarlo, porque las alegrías, los aplausos y gloria continental que nos brindó así lo exigen.

Ahora mismo es muy difícil sacar palabras para despedir otro ídolo. Sí, ídolo, en toda la connotación que guarda esta palabra que muchos insisten en deformar. A pesar de haber llegado como un absoluto desconocido con destellos de fútbol en la selección venezolana, ‘El Lobo’ supo ganar adeptos con el arma infalible de todo futbolista: la alegría que transmite al jugar. Y eso fue lo que en medio de una de las eras más ganadoras del club le permitió hacerse a un lugar aunque al principio el sistema no lo favoreciera o no se terminara de adaptar el fútbol colombiano.

El resto de la historia transcurrió a paso fino, al ritmo que el lobo en la tarde o noche de Medellín quiso y con la irreverencia que salió de su calidad desbordante. No se quejó, luchó por un lugar y cuando al fin lo tuvo nunca lo soltó a excepción de los momentos en que las patadas y el juego fuerte de los rivales terminaron por poner en peligro su físico. Fue multicampeón, volvió a ser clave en su selección, no paró de jugar fútbol champagne hasta que ayudó a remontar una serie histórica ante Rosario Central, ganar con absoluta contundencia en el Morumbí y una noche de julio en pleno 2016 firmar su entrada al cónclave de ídolos verdolagas levantando la Copa Libertadores de América.

Ahora que se va el lobo que Nacional y la ciudad adoptaron como arma de alegrías y festejos, es imposible no apegarse a la historia de un venezolano cuyo contenido no tiene nada que envidiarle a las epopeyas antiguas. De las sombras nacen los genios, aunque el fútbol casi pierde uno por azares de la vida y la parca de los sueños, pero salió a flote la insistencia de una especie inigualable hasta que tocó el cielo con la casaca verde y blanca puesta y el #18 en la espalda que nunca olvidaremos.

Gracias siempre, Alejandro, por el fútbol, el amor insaciable hacía la camiseta y la humildad cada vez que vestiste estos colores que para todo un país son sagrados. A dónde vayas, siempre estará algún hincha de Nacional apoyándote y, sobre todo, recordándote que esta es tu casa y como buen hijo has de volver.