"Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París -y no me corro- tal vez un jueves, como es hoy de otoño."

Versos de pesar escribió el poeta Cesar Vallejo hace más de ocho décadas mientras avizoraba el ocaso de su vida. Agonía que hoy sentimos más de treinta y tres millones de almas al ver a un grupo de jóvenes perder una batalla allá por Europa del Este.

No fue en París, pero si Francia en una ciudad rusa. Con la mirada en alto no nos corrimos y quedará siempre el recuerdo de aquel jueves de otoño.

Veintitrés hombres vestidos de rojo y blanco nos devolvieron la ilusión luego de 36 junios de derrotas, de angustias y miradas que cada vez iban descendiendo. Más de tres décadas que vieron pasar episodios terribles en nuestra historia, y que hoy nos han hecho mirar nuevamente al cielo a esas miles de personas convertidas en estandartes de un país que ha vuelto a gritar con orgullo “arriba Perú”. Pues en aquel estadio de la Rusia oriental, nuestro Himno Nacional hizo que la Marsellesa se escuche como un suave susurro. 

Estas líneas no son para elogiar una derrota, ni mucho menos para celebrar una eliminación, sino para agradecer a todos aquellos que restituyeron nuestra identidad, que hicieron que millones de niños miren en las vitrinas con ilusión la camiseta de la selección. Que en los colegios, plazas y oficinas se grite el himno como un rugido reinante.

Si algo es cierto, es que el mundo fue testigo por algunas semanas de la alegría del hincha peruano, de su entrega e incondicionalidad. Aunque el resultado fue adverso, las frías tierras rusas tendrán grabados como los blanquirrojos llenaron sus calles de calor.

El reto próximo es duro, pero no imposible. El verdadero desafío será, además de clasificar a un mundial, sostener aquel grupo que a punta de unión, solidaridad y alegría, logró un objetivo que antes podía verse como inimaginable. 

No bajemos la cabeza, esta historia recién empieza. Y claro que un Mundial que, así como el fútbol que nos da inmensas alegrías, nos recuerda lo efímeras que pueden ser. Pues 10 días en 36 años suenan como un parpadeo, pero si quedarán inmortalizados en la eternidad. 

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Sobre el autor
Karel van Oordt
Periodista. Amante del fútbol y la buena cerveza.