En un puerto de Polonia, la mirada vidriosa de una madre despide a sus dos hijos, a los que embarca en un viaje sin retorno en busca de un futuro mejor que les salvará de una inminente guerra y les llevará a tierras Sudamericanas. Aquella visionaria mujer por cuyo rostro se desbordan las lágrimas, no tiene un máster en geopolítica, simplemente el peso de la sabiduría popular que habla en su mirada, su corazón se encoge en el adiós y acompaña triste y resignado a sus hijos a la búsqueda de un futuro mejor. Esa mujer era la abuela de Ladislao Mazurkiewicz, uruguayo de origen polaco que se convirtió en leyenda de Peñarol.

Estudiante de religión y pescador en Polonia, su padre pasó junto a su tío por Argentina y Brasil. Luego se separaron, Federico (su padre) emprendió camino e hizo camino andando hacia al sur, estableciéndose en Cardal, localidad del sur del departamento de la Florida uruguaya, en la que conoció a Josefina (su madre). Un 14 de enero de 1945 y en una de las muchas escalas por la subsistencia, trajeron al mundo en la tranquila Piriápolis, ciudad y balneario del departamento de Maldonado (Uruguay), al menor de sus cinco hijos, al que pusieron por nombre Ladislao.

Criado en el barrio del Reducto en Montevideo, la leyenda se viste de anécdota cuando "Chiquito" recuerda que se colocaba delante de las puertas de cristaleras de un garaje cercano a su casa y apostaba a sus amigos que no lo rompían porque simplemente eran incapaces de batirle por muy duro que chutaran. En aquel desafío, el riesgo de la travesura convertía el juego de niños en metáfora vívida del guardameta. De un niño tan seguro de sus manos que nunca temió por el cristal, pues aquellas vidrieras que jamás estallaron en el barrio del Reducto fueron el marco de una infancia en la que edificó sus sueños y su estelar destino.

Y con aquella seguridad de manos y reflejos, que perfeccionó practicando sus dos grandes pasiones, el fútbol y el baloncesto (en las filas del Olivol), consiguió que las redes jamás estallaran hechas añicos a su espalda. Trabajaba en un taller cuando los dirigentes de Racing fueron a buscar a sus padres para convencerles de que dejara el trabajo y, así firmar por el conjunto de Montevideo. Tenía dieciséis años y debutó con el primer equipo de Racing en 1964, por lesión de Roger Bernardico. El “Chiquito” agarró la propiedad de la meta racinguista y firmó una gran campaña, haciendo actuaciones sobresalientes ante Peñarol, que al año siguiente pagó por su pase quinientos cincuenta mil pesos.

Pelé y Coutinho tuvieron que felicitarle, el “Chiquito” vistió el horizonte de Peñarol con la inmensidad sus manos aurinegras.

Con la camiseta carbonera debutó en un segundo tiempo ante La Luz y ya como titular en Buenos Aires, en el que iba ser su primer desafío cara a cara con Pelé. Fue el primero de unos enfrentamientos muy recordados en la década del 60, en los que el “Chiquito”, siendo casi un adolescente descolgaba los centros que venían hacia Pelé.  La oportunidad y el gran desafío le llegó porque Máspoli, por entonces técnico manya, tuvo problemas disciplinarios con Maidana (que se peleó con Langlade). Ante la sorpresa de todos, el legendario Máspoli acabó apostando por el jovencito y tercer portero del plantel, en detrimento de Eduardo García.

Aquel día en el Monumental de Núñez, Peñarol remontó al Santos 2 a 1 en el recordado partido de desempate y el polaco comenzó a escribir su leyenda.  Pelé y Coutinho tuvieron que felicitarle, el “Polaco”,  “Ruso” o “Chiquito” vistió entonces el horizonte de Peñarol con la inmensidad de sus manos aurinegras, que como un pulpo abrazaron recuerdos de una afición que jamás olvidará a “Mazurka”. Ladislao creció a la sombra de otra leyenda como Luis María Maidana y acabó consolidando su buen hacer en sus impresionantes reflejos, su seguridad y una condición física realmente sobresaliente.

Lev Yashin se sacó los guantes y le dijo: “Vas a ser mi sucesor”

En el “Carbonero”, fue referente e ídolo, llegando a mantener invicta su  portería durante 56 jornadas entre septiembre del ´66 y el mismo mes del año ´68. Fue campeón de la liga uruguaya en 1967 y 1968, precisamente en este año del 68 fue convocado por la FIFA para que formara parte del equipo denominado “Resto del Mundo”, un bonito reclamo para un grande de la portería que tres años más tarde tuvo el placer de escenificar junto a Lev Yashin, para muchos el mejor arquero de la historia, la anécdota de una hipotética sucesión. No en vano el soviético que ya había quedado sorprendido por el desempeño de “Mazurca” en los Mundiales de 1966 y 1970, se sacó los guantes y le dijo: “Vas a ser mi sucesor”.

Su debut con la selección uruguaya se produjo el 31 de marzo de 1965, fecha en la que demuestra su calidad y “Chiquito” Mazurkiewicz como era conocido, se consolida como el gran portero que demostró ser a lo largo de toda su carrera. Con veintiún años fue parte integrante de la selección celeste que jugó el partido inaugural del Mundial de 1966 ante Inglaterra, en el que como solía hacer de niño a la puerta de un garaje, dejó sin estallar sus redes y aguó la fiesta de los ingleses con un frustrante empate a cero. Cuentan que aquel día se saltó el protocolo besando la mano de la Reina, gesto muy controvertido que en cambio no dolió tanto a los ingleses como ese cero en el marcador. Una tarde inolvidable en la que dicen que Yashin intuyó ver a su sucesor.

 Con tan solo 21 años cosechó similares méritos a los de los consagrados Banks y Yashin en el mundial de Inglaterra y fue reconocido como el mejor portero del mundial de 1970 en México, cita en la que dejó para la historia un campeonato repleto de paradas de genio y un instante en el que su quebrada cintura esparció sus pedazos de admiración por el césped, donde el “Polaco” fue espectador privilegiado del amago legendario sin tocar el balón de Orei Pelé, que no acabó en gol. En el 74 debutó ante Holanda y el milagro llegó de sus manos, pues de no haber sido por ellas, no solo hubieran sido dos los goles encajados por Uruguay ante el disparatado dinamismo de un poderoso fuego naranja. Tras 13 partidos en tres Mundiales, una Copa Sudamericana conquistada en 1967 y más de cincuenta internacionalidades con su país decidió que el momento de colgar los guantes de la celeste había llegado.

Con la camiseta carbonera conquistó también la Supercopa de Campeones Intercontinentales de 1969. Su récord de 987 minutos invicto en la liga uruguaya en el campeonato de 1968, aún no ha podido ser superado cuatro décadas más tarde. Fue además el portero menos goleado de la liga uruguaya de 1968 con 5 goles. En 1970 abandonó la disciplina del conjunto uruguayo para emprender una nueva aventura en Brasil, en las filas del Atlético Mineiro. Aunque su adaptación no fue nada sencilla por problemas de lesiones, “Mazurka” acabó desbancado de la titularidad a Renato, y se convirtió en ídolo de la torcida durante los dos años y medio que estuvo en Brasil.

Posteriormente, a principios de 1975 se marchó a Granada, debutó en Los Cármenes en un partido ante el Espanyol, aquella fue la primera y última vez que la afición del Granada le pudo ver en acción. Jugó el siguiente partido ante el Celta en Balaídos, donde encajó tres goles y el por entonces entrenador del Granada, el mítico Miguel Muñoz, le relegó al banquillo. Al acabar la temporada regresó a Peñarol, donde se rompió el tendón de Aquiles en el clásico ante Nacional y permaneció hasta 1978, cuando se marchó a Chile para jugar en el Cobreloa, donde volvió por sus fueros y ofreció un buen rendimiento. Luego encontró continuidad a su carrera en Colombia, en las filas de América de Cali, donde tuvo un destacado desempeño, especialmente en Copa Libertadores, manteniendo su portería invicta y dejando al conjunto colombiano a un solo paso de la final de ese año.

En 1981 regresó por segunda y última ocasión a Peñarol, lo hizo para poner el bello epitafio a la carrera de un genio bajo palos. Llegando como suplente de un joven Fernando Harry Alvez, y acabando en la titularidad en los últimos 10 partidos del campeonato, en los que el “Manya” disfrutó de los últimos momentos del “Polaco”. Ejemplo de seguridad, reflejos y personalidad para varias generaciones de guardametas que le siguen teniendo como ídolo y referente. Con él se marchaba un mito que mantuvo intacto el cristal de ese garaje legendario que fue portería de Peñarol y la selección. Pese a la edad Ladislao nunca dejó de ser ese chiquito que desafiaba a los chicos del Reducto, a los que cambió por Cruyff, Pelé o Amancio.

Por ello hoy que miles de voces cruzan este silencio, que la lluvia empapa las calles de tu barrio y la luna apagó como una vela el hilo de tu existencia, estalla en recuerdos llameantes tu nombre de fuego. Mazurkiewicz el “Polaco”, aquel que llegó a ser considerado sucesor de Yashin y mejor portero del mundo. El ídolo y el hombre, ambos admirados, especialmente en Uruguay, donde es querido igualmente por el gran profesional de la preparación física que fue. También por su trabajo hasta el último día de vida en Los Aromos, donde los porteros sienten su ausencia y componen bajo palos poemas semióticos, con los que sustituyen las palabras por su gran icono. Por el “Chiquito” Mazurkiewicz, aquel que para mí siempre será ese niño que en el barrio del Reducto de Montevideo, a espaldas de la puerta de vidriera de un garaje, soñó con desafiar a Pelé a romper el cristal de la leyenda en el que hoy vemos reflejada su mirada.

Son las 4:16 de la madrugada de un miércoles de enero, de las manos de Frederic Chopin la batuta de la música abre las puertas del cielo. Una Mazurca suena, entre Polonia y Uruguay se tienden puentes y lazos a modo de palos y largueros para despedir como se merece a un grandioso portero. Hasta siempre Mazurka...

Foto 1: http://www.eltribuno.info

Foto 2: http://www.peñarol.org

Fuentes:

http://www.tenfield.com.uy/el-arquero-polaco/