El encuentro fue dinámico, entretenido e intenso. Hubo fútbol y eso es una rareza en una desnaturalizada edición del certamen continental que ha sido empañada y se ha caracterizado por polémicas, protestas y mal juego.

Brasil comenzó con buen pie. Robinho, ya con 31 años de edad, ha cambiado de libreto por obligación, dejando atrás una gambeta y una velocidad admirables pasando a un no menos atractivo modo de leer el juego y distribuir el balón, sin olvidar sus mañas, pero con la función primordial de guiar a una selección que ha mostrado deficiencias en la gestación de juego.

Willian y Coutinho se mostraron activos en los primeros instantes del encuentro, ofreciéndose como opción de pase constantemente, dándole movilidad al scratch.

En el minuto 14 tras una gran jugada colectiva llegó el primer gol de la noche. El Brasil que todos añoramos pareció asomarse en algunos pasajes de la primera mitad en Concepción. Moviendo la bola de lado a lado y ensanchando la cancha a más no poder, una sucesión de toques que se inició por izquierda derivó en una incursión de Dani Alves por el otro sector, enviando el lateral un centro rastrero que terminó en el tanto de Robinho. Firmino se encontraba en el primer poste y dejó correr el balón para que a sus espaldas apareciese el experimentado delantero de Santos y decretase la apertura del marcador.

Paraguay dañaba solamente mediante arrebatos individuales de Edgar Benítez, quien ganó continuamente las espaldas de la defensa rival gracias a su potencia física y su habilidad técnica.

El equipo de Dunga se sintió cómodo en el campo luego del gol. Movió la pelota y manejó los hilos del partido, pese a que no se mostraba sólido en defensa. Sin embargo, los 4 hombres de la línea final norteña (Alves, Silva, Miranda, Luis) se impusieron continuamente en el juego aéreo, anulando el arma principal y tradicional paraguaya.

En el complemento el conjunto de Ramón Díaz comenzó a inquietar al portero Jefferson, pero no gracias a un buen desempeño técnico o táctico sino por un notorio cambio de actitud. Brasil no encontró los modos que lo tonificaron en la parte inicial. La mitad del campo era de mero tránsito para ambos conjuntos, lo cual si bien volvía vistoso al partido no parecía ser la mejor opción para los norteños, que nunca pudieron volver a imponer su juego y dejaron que el partido se abriera y se volviera de ida y vuelta, de golpe a golpe.

El conjunto albirrojo, sin merecerlo, se encontró así con el empate. Thiago Silva inexplicablemente fue a disputar una pelota por aire con un brazo extendido hacia arriba, conectando el balón con su mano, por lo que el árbitro uruguayo Andrés Cunha —de excelente desempeño— no dudó en sancionar el claro penal. Derlis González no desaprovechó la oportunidad e igualó el tanteador.

Tras el gol el partido continuó con la misma tónica. Los brasileños, que a lo largo del encuentro fueron más que sus rivales, adelantaron sus líneas e intentaron encauzarse nuevamente, pero ya era tarde. Llegó el final y hubo que patear penales.

Everton Ribeiro y Douglas Costa, que habían ingresado en el complemento, desviaron sus tiros y permitieron que un Paraguay certero desde los once pasos avanzase a la semifinal de la Copa América.

Dunga, quien fue separado de su cargo de entrenador de la selección en 2010 y emprende ahora su segundo mandato, sigue fiel a su estilo. La confederación brasileña parece no advertir que la identidad futbolística de su país y la propuesta de juego que hoy respalda son antagónicas. Tras lo ocurrido este sábado, deberá replantearse qué camino desea recorrer de aquí en adelante.

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