Después del empate ante Perú y la derrota contra Chile, es necesario sacar conclusiones acerca de los comportamientos tanto individuales como colectivos de la selección nacional dirigida por Rafael Dudamel,  que demostró ser un equipo inconsistente en cuanto a juego y generación de oportunidades.

En ambos duelos, La Vinotinto mostró dos caras totalmente disímiles. El primer tiempo contra los incas y el segundo contra los australes,  fueron los puntos más altos en cuanto a juego asociado y a generación de jugadas de peligro con mucha participación de los volantes ofensivos,  sobre todo en las combinaciones de John Murillo y Rómulo Otero,  quienes parecen estar ganándose un puesto ante la ausencia por lesión de Juanpi Añor, la falta de continuidad de Adalberto Peñaranda en el Málaga y la poca participación del “Lobo” Guerra en el equipo criollo.

Contra los peruanos,  la incorporación de Guerra a la primera línea de volantes le otorgó a la selección mayor capacidad de juego asociado,  con eso el equipo mostró un bloque defensivo más sólido y con menos fisuras. Contra los chilenos,  el  resultado abultado generó un descenso en la propuesta del equipo de Pizzi y le facilitó las cosas a Venezuela,  en cuanto a tener la iniciativa con la pelota y poder posicionarse con mayor comodidad en la cancha rival.  Sin mucha oposición y con la capacidad de sus individualidades,  el equipo de Dudamel es peligroso pero sigue careciendo de un sistema de juego sólido,  y eso terminó evidenciándose en los tiempos donde Venezuela fue superada ampliamente por sus rivales.

El segundo tiempo en el Monumental de Maturín y el primero en el Monumental de Chile,  mostraron a la verdadera selección venezolana que hoy tenemos. Un equipo reaccionario, sin ideas propias y dependiente de conductas individuales anárquicas que marquen la diferencia cuando estén en posición para hacerlo. Dependiente del Al zar y el improvisto para hacer daño,  y endeble en defensa. Fueron 90 minutos fatales que sentenciaron los marcadores en ambos compromisos. El verdadero resultado de tantos años de mala gestión.

Contra Perú, los criollos expusieron la falta de confianza y el desconocimiento del sistema cuando Carrillo anotó el descuento a escasos segundos de comenzar la segunda parte. Todo se derrumbo y desde esa jugada bien hilvanada por el equipo de Gareca, el equipo no volvió a ser el mismo. Contra los chilenos, era un poco más predecible el resultado pero las formas siguieron un patrón erróneo donde no se mostró oposición alguna ante un proyecto construido desde la llegada de Marcelo Bielsa hasta hoy con Juan Antonio Pizzi. Es imposible competir de tu a tu contra proyectos bien trabajados,  dependiendo únicamente de actuaciones pletóricas de los individuos y de “suerte”. Se pueden ganar partidos, pero no clasificar al Mundial.

Con cuatro fechas para el final de las Eliminatorias y de un año sin disputar competiciones oficiales, el equipo de Rafael Dudamel no parece encontrar todavía el camino para comenzar a construir una identidad propia, que debido a como se maneja nuestro balompié se tiene que comenzar por la Absoluta cuando regularmente ese proceso parte desde los juveniles, e individualmente parece no encontrar los rendimientos adecuados para terminar de impregnarle el aroma que él quiere a su equipo.

Con la eternas dudas de los laterales, el acompañante de Rincón, la falta de liderazgo, la ocupación de Salomón, la dependencia en Josef Martínez, la escasa capacidad para controlar los partidos y la falta de concentración en pasajes del juego donde no se tiene el control,  el equipo criollo parece solo haber encontrado salvación en Wuilker Faríñez, Rómulo Otero y John Murillo quienes son los únicos que sobrevivieron en esta doble fecha.

Es necesario aclarar que  las conclusiones no se pueden tomar a raíz de los resultados obtenidos, sino desde la vialidad que otorga esta selección y de los comportamientos colectivos que ofrecen. Después de esta doble jornada, La Vinotinto no parece estar cerca de los que quiere Dudamel y eso es más preocupante que sigamos estando en la última posición de la tabla con solo seis puntos.