Hay finales que parecen ser vistos desde que aún son un comienzo. Romances que son fuego puro, apasionan y por un momento nos hacen sentir más vivos, invencibles. Pero que a final de cuenta, sabemos que se irán como algodón en el agua.

Muchos los llaman tóxicos, aunque en realidad no lo son tanto. Más allá del hecho de que dejarse y volver puede no ser tan sano, en algún momento de la historia son necesarios para regresar a las raíces y enseñarnos que podemos dar más. Quizá esa es la cúspide de la relación, cuando la frontera final se ve más borrosa a nuestra vista, pero no por eso deja de estar ahí.

De repente, los viejos hábitos vuelven a aparecer. La monotonía se hace presente y el mundo de caramelo comienza a derretirse en una vieja sartén, la misma de siempre. Abrimos los ojos y nos damos cuenta que, lo que nos reconquistó, es lo mismo que nos hizo alejarnos la vez pasada. Y llega el momento de volver a tomar la decisión, volver a hablar de por qué esto no funciona y por qué es mejor seguir por caminos separados.

Aunque esto implique volver a empezar. Y que resulte peor. Como seguro será.

Porque hay romances destinados a no funcionar, pero sí a volverse a encontrar. Romances como los de Puebla y 'Chelís'; hoy de nueva cuenta están separado, pero en la fondo, su voz nos susurra un dulce: —Nos verán volver.