¿Quién lo diría no? Un jugador de aquella gran gloria de los campeones mundiales sub-17 en Perú, uno de los pilares que dio a México el primer gran triunfo en su historia, acabó por renunciar a ser de los mejores en Europa y, con ello, del planeta.

Un idilio que sólo funcionaba con dinero. Nunca quiso debutar con el club que lo formó, Chivas, para irse al glamour de Inglaterra con el Arsenal del eterno Arsene Wegner, en donde no cayó de manera perfecta ante su paso previo por otras canchas del viejo continente.

Fue madurando con el paso del tiempo en el desarrollo de su talento, pero sigue sonriendo ante una clara falla con esa zurda mortal que posee. Recaló en la Real Sociedad de San Sebastián, tan largo su nombre como el abolengo que tiene en el futbol español. Jugó con Antoine Griezmann y se entendían tan bien que ambos fueron unos fuera de serie en su equipo. Los dos estaban para cosas grandes pero sólo uno quiso dar ese gran paso.

Es triste ver como el francés hoy es considerado para llegar al Barcelona ante la baja de Neymar y la nula opción que tienen los blaugrana al frente. En algún momento Carlos Vela fue de los tres mejores pateabalones de la Liga. Hoy, si mantuviera el nivel que lo llevó a ser mencionado por medios españoles para vestir la playera catalana, a lo mejor estaría más cerca que nunca esa posibilidad.

Pero hay algo peculiar en Carlos Vela: no se divierte jugando al futbol. No sé cuál sea ese deporte que le genere pasión, motivación, sed de gloria deportiva y hasta una necesidad de logros deportivos que nadie más posea, pero estoy cierto que el balompié no lo es.

Millones de mexicanos esperábamos que entre él y Giovanni dos Santos se consumara la gran generación que nos ilusionó con trascender en un Mundial de futbol. No obstante está visto que uno convenció al otro de dejar Europa e irse a vivir a la gran ciudad de Los Angeles, a pesar de que eso bajara de nivel competitivo.

Carlos Vela, el Mbappé que no quiso ser top mundial.