Así se alzó por primera vez en un ring de boxeo el brazo de la más grande peleadora de la Ciénaga, el triunfo se extendió tan pronto como un chisme de lavadero hasta el pueblo cercano de San Juan Bartolo desde donde la 'Panterita' Rivas viajó para fajarse con la Coronela, pero un round después regresó a su casa con el orgullo en pedazos y la firme convicción de sólo dedicarse al hogar.

Desde la estrepitosa caída de la 'Elefanta' y el destronado de la 'Pantera', poco a poco las mujeres de lejos y cerca de la Ciénaga comenzaron a desfilar en el ring de la 'Coronela', de Chumuco, el otro pueblo de la Ciénaga, llegó la 'Diabla' López, de Santa Fe de las Misiones la 'Gata' Villaseñor, de Churinda la 'Loba' Lupe y así poco a poco la fama de una invencible Coronela hizo que la región Grande se hiciera muy pequeña y tronara a gritos su apodo, la fama embriagó a una pequeña niña que creció en el ring, entre los puños de animales salvajes que apesar de todo no pudieron arrancar de su cara y de sus carnes aquella belleza de animal hermoso.

"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado."

Gabriel García Márquez

Pero todo animal de caza tiene en su destino a un depredador. El 'Árabe' Omar llegó al pueblo el domingo de resurrección, cuando sin piedad la Coronela llevaba a la lona a la 'Diabla' Zuñiga que dejaba caer en la duela una cara ensangrentada digna de alguno de los círculos de Dante. Terminada la pelea, Omar se movió entre la oleada de gente y desde lejos clavó una mirada de jade en una boxeadora que arrastrada por los brazos de miles de personas supo que esa mirada, esa noche, había hecho algo más que simplemente llevar los ojos del 'Árabe' a los suyos. Ya en el vestidor, con las vendas escurriendo entre sus manos se preguntaba quién era ese hombre tan ajeno al pueblo, pero tan cercano a ella, sus pensamientos apenas habían rozado el borde de la incertidumbre cuando se levantó una de las paredes de lona que formaban el improvisado vestidor de la estrella del pueblo, aquella cortina de plástico dejó ver la sonrisa risueña y fuerte de Omar que lo primero que hizo fue disculparse:

- Mi abuelo siempre me dijo, uno no entra jamás a un lugar donde puede encontrarse con una mujer desnuda, a menos que su belleza sea más grande que la muerte mismas, - comenzó a justificar el Árabe - usted señorita es tanto o más justificable que eso… lamento que ese no sea el motivo principal que me trajo aquí dentro…

La Coronela, a la cual la belleza exótica de un hombre alejado de la bestialidad de la Ciénaga había quitado la habilidad de hablar y por momentos de moverse, estiró una de sus manos y del perchero descolgó una de sus batas para que cubriera su pecho desnudo donde los ojos del Árabe comenzaban a hacer una patria, al darse cuenta el hombre prosiguió con la presentación idílica que la Coronela se llevaría hasta la tumba como uno de los más bellos momento de su vida.

- Quiero que sea Campeona Nacional, no, no, Campeona del Mundo, verá usted yo soy Omar Pantoja, representante del talento pugilístico del país y usted señorita,  tiene lo necesario para triunfar en las grandes ciudades del mundo y escribir con letras de oro su leyenda en este paso del tiempo al que los hombres llaman historia. 

Para ese momento la Coronela estaba perdida en el mar anegado de los verdes ojos del Árabe y la sonrisa de diablos blancos que abría con delicadeza el hombre mientras un par de gruesos guaruras que cubrían el pudor de la joven se llevaban para enmendar su error, lo sacaban  en vilo del aposento de la nueva reina de la Ciénaga. Al día siguiente Omar salió del pueblo en su auto con destino a la capital del país, con la maleta llena de perfumes, ropas finas y en un rincón un par de guantes que Sabás adquirió en su aventura en el ejército y que la nueva acompañante del Árabe había robado para emprender su travesía a lo largo y lo ancho del mundo.

Sabás supo de la ubicación de su ahijada hasta que llegó la primera mula del correo un mes después, en la carta su exprometida le juró dos cosas, la primera era que se mataría si se le ocurría ir por ella, y la segunda,  que le escribiría una carta una vez por semana, el padrino envidió por primera vez en su vida a su Coronel que desde la tumba no sintió la impotencia de perder a una hija en los brazos de un hombre, pero semana a semana fue al establo donde llegaban las mulas para esperar el papel de su ahijada y con el tiempo a encargarse de la oficina de correos de la zona entera.

La Coronela, se acomodó mientras  entre unos rollos de alfombras que le dieron su apodo al ‘Árabe’ Omar, campeón en reventar boxeadores de baja categoría para alimentar con sus sueños las carreras de otros que brillaban a costa del dinero, y eso hizo con la Coronela, dos días después de su llegada a la capital y también dos categorías abajo, se midió contra la ‘Leona’ Enríquez por la oportunidad para el cetro welter, pero lejos estaban los puños de la felina de las suaves caricias amateurs de la Ciénaga, para el segundo round la Coronela tenía toda la sangre de fuera y sólo su mero corazón la hizo pararse para caer semimuerta a dos pasos de recibir otro golpe contundente.

El letargo de los golpes no la dejó escribirle a Sabás por casi tres semanas, pero antes de la fecha logró apretar los puños para empuñar el lápiz, para Omar eso era más que suficiente y le programó una pelea tan rápida que no le permitió recibir la carta en que el viejo comisionado del Coronel le anunciaba que su madre había muerto pateada por la coz de una mula del correo mientras esperaba una nueva misiva de su hija de la capital.

Poco a poco su record se fue hinchando de derrotas, pérdidas que se acumulaban en su cara en cada golpe, en cada cicatriz, en cada gota de sudor, de sangre, en cada sueño que se le escapaba entre lamentos y aire molido a golpes de sus pulmones. La gente comenzó a olvidarla, a tomarla como un trapo más de ese flamante encordado, como un costal de entrenamientos o un simple perro que es apaleado por la bestial diversión de los bárbaros aficionados. Pero un jueves de aquella cuarta primavera que pasó en la capital, Laura la ‘Perra’ Mora, subió al ring para sacarle la oportunidad al título vacante del peso medio, el mundo se rendiría a sus pies después de derrotar una vez más a esa desdichada provinciana que en sus ojos no ardía más el deseo del combate. 

La ‘Perra’ desde un principio encontró en Omar al achichincle perfecto para orquestar ese show lamentable de golpes, pero para su desgracia, al quinto round, con el cuerpo hecho casi pedazos, se levantó una vez más la Coronela, una muestra del poderoso inconsciente del peleador se alzaba frente a los puños de una mujer que no sabía lo que pasaba y volteaba en busca del maldito ‘Árabe’ que le vendió la gloria y le pagaba con incertidumbre, grave error, dicen que la memoria no olvida el dolor pero tampoco olvida aquello que se hace una y otra vez, dicen que por eso los boxeadores golpean una y otra vez los sacos de arena que templarán sus puños para el combate y en esta ocasión, aquella combinación de jab, jab, cruzado y upper que mandó a la lona a la ‘Elefante’, embraveció al público que veía asombrado como la ‘Perra’ Mora besaba la lona y se despedía del cetro medio.

La desconcertada Coronela llegó al vestidor semiinconsciente, pero esta vez no fue una cubeta de agua helada la que la levantó del letargo de los golpes, en esta ocasión, fueron las manos de un hombre las que comenzaron a helarle la piel, recorriendo tramo a tramo la carne aún bella de aquella futura campeona del mundo, “Coronela, para ser campeona primero tienes que ser mujer”, le dijo Omar Pantoja antes que la hiciera probar por primera vez en su vida la carne de otro ser dentro suyo.

A la mañana siguiente, la Coronela se levantó de una regadera que había bañado su cuerpo desnudo de agua fría desde hacía mucho tiempo, estiró la mano para cobijarse una bata de boxeadora profesional y encontró dentro de ella un papel escrito por puño y letra del propio ‘Árabe’ Omar,una carta:

Querida campeona de mi corazón, ayer además de probarme el valor de tus puños, me confortaste en el calor de tus pasiones por las que ahora pena todo mi ser. Te amo, mi más grande sueño, pero he tenido que viajar fuera del país para arreglar tu combate, volveré a mandarte una carta cuando todo esté listo para que juntos alcancemos el sueño de nuestras vidas, tú a mi lado y yo al tuyo.

Siempre tuyo, Omar Pantoja.

            

Del otro bolsillo sacó unos billetes mal tratados que le sirvieron para regresar a la Ciénaga donde su madre la esperaba a unos metros bajo tierra, y su ahora viejo padrino, se encargaba de distribuir el correo a los lugareños, entre los cuales, su propia Coronelita, ahora encarnada en los años esperaría día a día la carta de su amado representante que le mandaría un boleto en papel para realizar su sueño.

Como todos los jueves, la Coronela bajó al pueblo a buscar una carta con más de 30 años de retraso, pero como todos los jueves no había nada para ella, pero esta vez el joven cartero enviado de la capital para sustituir al difunto Sabás, leía en el periódico la noticia de un homenaje para el más grande del boxeo mundial, el difunto presidente de la Comisión Universal de Box.

- ¿Usted fue boxeadora verdad señora? ¿Cómo ve que por fin se murió el tal Don Omar Pantoja?

El viejo corazón de la Coronela sacó a ráfagas de latidos el dolor de los golpes sobre el ring mezclado con la alegría de las ovaciones, y por un momento se sintió plena, pura, magnificada, como aquel día que siendo aún una chiquilla hizo morder el polvo a la célebre Elefanta Carmela, desde ese entonces necesitó más de 30 años para sentirse, pura, explícita, invencible, en el momento de responder.

-  Mierda   

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