Cuenta, la historia que debió de ser, que un día los dioses, aburridos y enfadados, decidieron dejar de rascarse sus gloriosas barrigas y darle al mundo un motivo para hablar, aquella primera tierra estaba callada, muda, en silencio, ni un eco que escuchar a la redonda, ni un silbido, nada sólo en interminable murmullo del aburrimiento.

"Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarle el ánima" Gabriel García Márquez

En eso estaba el mundo cuando un dios, el más entusiasta de todos, comenzó a desprenderse la piel desde la punta del dedo gordo del pie derecho, otro, invadido por la iniciativa que da el ocio, decidió imitarlo y hacer lo propio con la membrana de su pie derecho, los otros dioses especularon tratando de adivinar qué era lo que harían ese par de locos.

Cuando ambas piernas quedaron desolladas completamente el padre de la primera idea de descarnar sus piernas tomó el cuero que sacó de toda su parte derecha y lo comenzó a enrollar sobre sí mismo, el otro vio que se formaba una esfera, malhecha y amorfa así que le dio a su hermano la piel de su pierna izquierda, cuando hubo de estar formada pidió a los demás que soplaran dentro de él un grito de pasión, alegría y coraje, la pelota recibió de los dioses ese aliento sacro que la infló por primera vez.

Al final, el más pequeño de los dioses tomó aquel balón inflado y vestido por carne y aliento de los dioses y lo sostuvo sobre el vacio del paraíso, y lo soltó, sus sacros hermanos dudaron por un momento y se mantuvieron expectantes dirigiendo su oído para escuchar el sonido que haría al caer aquel esférico en la silenciosa tierra, pasaron segundo, minutos, horas y por fin, al final de 90 minutos, la tierra gritó al unísono ¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!