Cuando tenemos a un ídolo siempre buscamos que sea lo más parecido a nosotros; lo tomamos como referente y queremos igualar sus hazañas, una a una. Así ha sido Cuauhtémoc Blanco, el hombre que salió del barrio más pintoresco y bravo de la Ciudad de México para convertirse en el héroe que rescató los sueños de un país en más de una ocasión.

Hablar de Cuauhtémoc Blanco es hablar de genialidad, irreverencia y perseverancia. Es reconocer al mejor jugador mexicano de la última década, al que se repuso de una lesión que pudo terminar con la carrera de cualquier jugador y a el solo lo hizo más fuerte, dándole el valor para regresar y marcarle un gol de ensueño a Real Madrid en la cancha del Santiago Bernabéu.

Cuauhtémoc Blanco fue la respuesta del crucigrama cuando México tenia un pie fuera de Japón – Corea 2002 y Sudáfrica 2010, fue el que maravilló al mundo cuando tomo el balón entre sus pies y floto con el entre dos coreanos, exhibiendo su descaro y su alegría por jugar al fútbol.  Fue el quien se lanzó con los pies por delante para empatarle el partido a Bélgica, fue el quien nos resucitó en Kingston cuando todo parecía perdido frente a Jamaica, fue el, siempre fue el.

Cualquier homenaje a un hombre que se resiste a dejar las canchas a sus 41 años de edad es poco en comparación de todo lo que le dio a nuestro fútbol mexicano y a su camiseta verde, en su casa, el Estadio Azteca.

Así es Cuauhtémoc Blanco; el ídolo, el referente, el símbolo, el querido, el odiado. Simplemente, el mejor.