En el primer párrafo de “Estas Ruinas Que Ves”, Jorge Ibargüengoitia hace decir a uno de sus personajes: "confunden lo grandioso, con lo grandote".

A Ibargüengoitia no le interesaba gran cosa el futbol, pero entendía como pocos el alma del mexicano. 

Y desde hace mucho tiempo, en Chivas confunden lo grandioso con lo grandote. 

No pretendo hacer leña de la historia caída, pero al equipo de Guadalajara le quedan contadas las horas en primera división, si le sigue apostando a esa romántica necedad de jugar únicamente con futbolistas nacidos en México.

Allá ellos. Allá ellos porque aún recuerdo la polémica tan dolorosa que se generó hace 16 años con Gerardo Mascareño. Un futbolista que nació en Maryland, pero que tenía suficiente para ser considerado mexicano, pues incluso jugó con la selección, y su llegada al Rebaño coincidió con que era uno de los delanteros mejor posicionado de la liga. 

Pero eso no bastó. Alguien descubrió que Mascareño no era “mexicano puro” (no tengo jodida idea qué significa eso… supongo que alguien lo sabrá), y vivió una cacería de brujas que terminó por exiliarlo para siempre de las Chivas.

Desde hace mucho tiempo, en Chivas confunden lo grandioso con lo grandote

Pero todo eso suena absurdo. Porque todos recordamos las promesas protopriistas de campaña de Vergara. Limpiar la playera de publicidad. Tener a los mejores jugadores de México. Hacer del equipo el mejor del mundo. 

Leídas así, de corrido, suenan como deseos de opio, cuando no deseos a causa del exceso de Omnilife. 

Lo cierto es que el proceso de descomposición de las Chivas sorprendería incluso a un antropólogo forense. Y nada podrá evitarlo, a menos que su política nacionalista y obsoleta, que suena más a logro de usos y costumbres que a un verdadero sentido-chiva, cambie de forma drástica e inmediata.

No tengamos miedo a reconocer que nuestro fútbol es absolutamente importador. 

Porque nuestro país lo es. 

Los goleadores son, sin excepción, extranjeros. Igual que los buenos centrales. Igual que los volantes de ataque. ¿Pesa entenderlo?

Las Chivas no pueden permanecer con un sistema que es, le duela a quien le duela, de equipo chico. 

¿Apostamos?

El Club Nacional de Ecuador, que juega sólo con futbolistas ecuatorianos, y que no calificaría nunca como equipo grande fue. 

El Athlétic de Bilbao, acostumbrado a jugar sólo con vascos, lo que es aún más complicado. Que puede ser histórico y muy amado, pero nadie espera que se quede en los tres primeros de la liga o que se cuele a una semifinal de Champions.

¿Existe otro equipo con la misma obcecada idea?

Eso es lo que le espera a las Chivas. Y que nadie venga a venderles, de nuevo, humo. Esta vida ya no es la del Campeonísimo…. Cegados por su propia necedad, se apuntalan a perpetuar una tradición que los condenará sin duda a la mediocridad. 

Porque el mercado nacional no da para armar una escuadra aterradora viendo sólo del río Bravo a Tapachula. 

Y aquí es donde, en una maldita ironía, lo único que puede salvarlos es la vanidad idiota de su dueño. Que acepte que el Guadalajara no es diferente a vender comprimidos para bajar de peso, y que tome decisiones empresariales. 

No es mi papel juzgar cuál debería ser el protocolo para la apertura de extranjeros al Guadalajara, pero si alguien del calibre de Ronaldinho llegó a un equipo del calibre de Gallos, bien se pueden agenciar a tres cracks que no sólo levanten el juego, sino la sensación, hoy amarga, de amar a ese equipo que se ha hecho demasiado viejo en sus formas, y que es demasiado joven en sus filas. 

Pero allá ellos. 

Porque acaso permanecerán en la misma senda necia, y la predicción de Ibargüengoitia se verá doblemente cumplida: en Chivas no dejarán de confundir lo grandioso con lo grandote. 

Y en un par de torneos, el slogan del Guadalajara será “Estas Ruinas Que Ves”.