Un sábado que comenzaba con un sol incesante. Tal vez, indicio de lo que se viviría más adelante en el llamado partido del orgullo. Día decisivo para jugadores y cuerpo técnico del América. El panorama pintaba difícil para el Ave pues enfrente se postraba un rival conocido por jugarse más que tres puntos o un pase a semifinal; sí, se juega la vida cada vez que estos se cruzan.

Ambiente de tensión y lleno de color en las inmediaciones del Coloso de Santa Úrsula; un operativo policial quizá exagerado, los vestidos de azul tienen la mirada fija casi sin parpadear o suspirar y es que no es para menos, los dos equipos con más convocatoria en la ciudad de México eran citados por el destino para que en el balompié azteca se escribiese una historia más, una anécdota más y uno de los dos saliera del recinto con la gloria entre las manos.

Se ve a los niños en hombros de sus padres observando cada detalle, las banderas que se ondean, el vendedor que hace su agosto cubriendo con pintura los rostros de la fanaticada, el ambulante que vende camisetas con el dorsal del ídolo, todo absolutamente todo conforma una atmésfera de un fútbol mexicano que, pese a tener una notable influencia sudamericana, nunca ha dejado de ser familiar.

Llegan al encuentro los más fervientes agitando banderas y gritando consignas, entre cámaras de celular y pirotecnia realizan su arribo al mundialista Estadio Azteca, el ingreso por parte de la gente es silencioso a pesar de ser una multitud importante la que merodea el Citlalli. Una vez adentro, comienza ese ritual de buscar el mejor ángulo, rápidamente se diferencian los que acuden cada que América hace de local y los que visitan el Coloso de manera esporádica. Falta poco para que inicie el cotejo, las cábalas se hacen notar en las gradas, la gente aprieta los dientes, abre bien los ojos y el designado para impartir justicia da el pitido inicial acompañado de un estruendo de gritos llenos de fe a sus colores, al escudo, a lo que juega cuando las cosas no funcionan como se espera, si, la camiseta.

La hinchada local no escatima al momento de arengar a los suyos pues además del partido a nivel de cancha, se juega otro muy especial para ambos en las tribunas. La cabecera sur aloja a los invitados de azul y dorado, esos que llegaban a las gradas con aires de grandeza y asumiendo una inconcebible localía, porque a decir verdad  autodenominarse “local” en un lugar con capacidad para 116,000 almas resulta inverosímil partiendo del punto que los invitados apenas ocupan un 8% del coloso, el resto está teñido de amarillo y azul.

El partido se desarrolla en un ida y vuelta durante el primer tiempo tanto como los canticos visitantes y el afamado grito de guerra por parte del local que empuja al equipo sin importar bajo que marco se encuentre, ése que se entona en notas muy altas y dice “¡Vamos América!”, la rivalidad se presenta en su máximo esplendor Águilas y Pumas peleando por un lugar en semifinales, dos ideologías que nunca podrán empatizar la una con la otra, el radical contra el poderoso, así se manifiesta el clásico capitalino.

El primer tiempo culmina con la sensación de poder llevarse la victoria para los locales, los minutos del entretiempo se pasan lento, esta vez poca gente se saca fotos para el recuerdo, la gente concentra sus energías para capitalizarlas en un positivismo que de una forma u otra ayude al equipo para conseguir esa anotación que les permita festejar.

La voz del Estadio anuncia el ingreso de Gonzalo Díaz, la gente lo aplaude presintiendo que se trataba de una señal de buen augurio para los azulcremas, la batalla sigue, nadie se mueve de donde está, las arengas suben de todo y el equipo retribuye a su gente con un juego más agresivo. Con el juego desarrollado por parte del local la gente presentía algo grande, así al minuto 75´ las gargantas se rompieron hundiéndose en un grito que surgía desde lo más profundo del alma provocado por un magistral centro por parte del ingresado en la segunda parte Gonzalo Díaz y que culminara su compatriota Paolo Goltz con certero frentazo que el arquero rival no puede contener, de esta forma los sudamericanos decían que esa jugada la mandaba a guardar, la hinchada emitía gritos de desahogo mientras la visita enmudecía ante el despertar del coloso.

La visita pretende arengar a su equipo que no se da por vencido, pero, es inútil. El Coloso despertó y cabe resaltar que históricamente eso implica victoria segura para los azulcremas. Podrá haber uno que otro incrédulo pero a todos les llega su hora, de esta forma se escribió un “26 de Mayo” que no es necesario explicar, con la misma fórmula América conseguía el pase a semifinales. La visita seguía insistiendo equipo y afición pero es inútil: los locales cantan “el que no salte es un puma…” y sí, el Coloso ha despertado. Los últimos minutos América lo juega con el cuchillo entre los dientes, la gente no afloja y se levanta para entonar “América yo te llevo en el corazón”, ya no existe duda alguna, pudieron caer más goles de ambos lados pero ante el Coloso no hay quien se resista.

El encargado de impartir justicia parece entender que no hay más por hacer y da por finalizado el encuentro, el coloso vibra, equipo y afición se agradecen mutuamente. El objetivo se alcanzó América y su gente consiguieron el pase a la siguiente ronda “hombro con hombro”, las Águilas ganan con el empuje del coloso que despertó y a sabiendas de la furia que produce podemos decir que esta liguilla será un tanto injusta pues América juega con un estadio que tiene vida propia, porque esta tarde lo ganó El Coloso.