La noticia fue como cuando anuncian a los nominados al Óscar, y en el año Spielberg filmó una película de época o Meryl Streep hizo un gran papel. 

No hay sorpresa.

Porque desde hace 7 años ya no es ninguna sorpresa que Messi opte (como tanto les gusta decir a últimas fechas), por el cargo anual de ser en reversa el mejor futbolista del mundo. 

Para Cristiano es por el estilo pero un poco menos, pues a codazos se hizo hueco entre Xavi o Iniesta, y ahora es tan imprescindible en el podio ganador del Balón de Oro como, por ejemplo, Michael Phelps en cualquier recuento olímpico.

Pero el premio tiene mucho de absurdo. De ficción. De oscura y metafísica justicia. 

Antes, cuando el fútbol era mucho más un juego, se pensaba que el mejor jugador del año estaba en Europa por default, y una revista francesa (evidenciando su napoleonica herencia) elegía al mejor y todos quedaban más o menos contentos porque tampoco era para tanto. 

Aunque ese sistema terminó por caducar, pues el mundo cada vez es más sensible y mantener dicho criterio era ignorar que hay vida (y dinero) más allá del Viejo Continente, por lo que en el 2010 France Football tuvo una relación incestuosa con la FIFA, juntaron los premios (el que daba la FIFA era igual pero distinto), y a partir del 2011, todos llegaron a un acuerdo tipo ONG, donde la mera verdad, el mejor jugador del mundo ya podría tener pasaporte nepalí, siempre y cuando fuera elegido democráticamente por unos cuantos.

Mientras este concilio sucedía, Messi era para muchos el ansiado segundo advenimiento de Maradona, previo antidoping incluido. 

Cristiano era más Cristiano y menos CR7, y en el Manchester el heredero directo del ‘7’ de Beckham, de ser un extremo con alardes de relámpago, se estaba convirtiendo en un delantero capaz de hacerlo todo, y hacerlo bien. 

Pero en un momento dado CR7 marchó al Madrid y todo se fue al carajo, pues estando Messi en Barcelona, los dos clubes más poderosos de España (y sus fanáticos, y los medios que los apoyan, y sus historiadores, y hasta sus perros) se portaron mucho más como dos familias de mafiosos que se detestan a toda prueba.

Pronto dejó de importar el juego para exhibir, cada semana, una serie de complejas pruebas periciales con el fin de definir quién de los dos es el mejor. Mas las cosas salieron de control, y estando el mundo como está de confundido, y estando como está el Internet y todas sus consecuencias, para cualquier ser humano civilizado resulta evidente que la disputa entre Messi y Ronaldo no la solucionará ni la FIFA, ni la ONU, ni una marcha por Reforma.

Entonces queda el Balón de Oro. 

El inapelable galardón. El Everest de los reconocimientos. El Nobel de los ignorantes. El premio que es mucho más un Oscar o un León de Oro, que una expresión del mérito deportivo, porque decir que Messi ganó 4 consecutivos no le basta a los Cristianos, pues afirman que al menos un par estuvieron viciados y alguien más lo merecía. 

Entonces lo ganó Cristiano y los Messiánicos opinaron lo mismo y nos quedamos igual.

Y total, que si gana uno para los otros es un robo. Y si lo gana el otro, para sus fanáticos ahora sí no hubo robo, mientras otros veintitantos futbolistas observan cómo un deporte donde al campo saltan 22, sólo importan el uno y el otro, en una extraño arrebato de prestaciones binarias.

Porque el Balón de Oro parece que lo sanciona el antiguo IFE, pues a nadie ofrece claridad.

Yo he preguntado, y resulta que una Comisión de Expertos de la FIFA y un grupo de expertos de France Football elaboran una lista de 23 jugadores entre los que sólo Luis Suárez no califica por sus costumbres odontológicas. 

Luego, capitanes, entrenadores, y ciertos periodistas de todas las selecciones regidas por FIFA, votan por el mejor, por lo que entonces el Balón de Oro tiene mucho de concurso de popularidad, pues no existe un solo criterio objetivo. Cada quien vota como le da la gana, por los parámetros que se le inflamen, nos guste o no a quienes no votamos. 

No se trata de un premio que se le da a un plusmarquista y el ganador es el que llega antes. 

No se le da al que mete más goles. 

No se le da al de mejor promedio de asistencias. 

Al más elegante. Al que le dio la mano a todos los niños que se topó en el año natural, o al que siempre puso más de su parte cuando se equipo iba perdiendo y que nunca negó un autógrafo a nadie.

Se le da al mejor, pero el mejor para un congreso de 500 personas que no tienen en común nada más que un carnet de la FIFA. 

Si aquí en México no podemos ponernos de acuerdo si Chespirito era o no un genio cuando en el mundo entero dicen que sí, ¿cómo esperar que deje satisfecho elegir al mejor jugador de un deporte que despierta, como nunca, más odios que amores?

Que nadie venga a decir que uno lo merece más que el otro por números, pues no se trata de tasar un huevo Fabergé de o sacar la circunferencia de un ojo. 

Cristiano fue el goleador de la Champions y eso debería bastar. 

Pero Messi llegó con Argentina a la final del Mundial y eso debería bastar. Y de ahí en adelante, hay que sacar el ábaco, el microscopio, la Biblia, la enciclopedia y las encuestas Mitofsky para declarar al mejor. 

Porque ahora volverá la polémica a ensuciarlo todo, y e Balón de Oro se parece cada vez más a un certamen de belleza donde sólo califican dos concursantes, y hay que elegir cuál nos gusta más, aunque de dientes para afuera, haya qué decir cuál es superior. 

Por eso deberíamos acudir a la sabiduría del Rey Salomón. Él sabría resolverlo.

Pero como no podemos partir el Balón de Oro y dar un pedazo a cada quién para dejar contentos a todos (un fanático no quiere quedarse contento: anhela la humillación del rival), el mejor camino es darle el reconocimiento a Manuel Neuer.

Es alemán, y uno nunca piensa que cuando un alemán recibe un premio sea injusto. Acaso son buenos para todo. 

Es portero, lo que acabaría de una vez por todas con la dictadura de los goles, reconociendo por fin que no existe un solo equipo que haya ganado algo sin un buen portero. 

Y Neuer ganó el Mundial, y aunque se ha dicho hasta el cansancio que eso no es un criterio matemático, algo debe contar ser figura del evento deportivo más importante del planeta. 

Y es que a todos nos caería bien un cambio de aires, pues dentro de 100 años, quienes miren la historia del fútbol se burlarán de nosotros, pensando que fuera de Messi y CR7 no existía nadie que valiera la pena. 

Y se sabrá que nos importaba menos el juego que confirmar cada 12 horas que nuestro ídolo era el mejor. 

En realidad,  el propio Messi debería abdicar la posibilidad del triunfo. Hacerse a un lado. Él ya tiene cuatro, y no le quita nada que un guardameta alemán gane alguna vez. 

¿Y Cristiano?

Quizá con él sea más traumático. Porque parece importarle demasiado. O no a él, sino a los que viven a través de él.

Y ésa, al fin, sería la decisión de Salomón. 

Que quien sea que reciba el premio (ojalá Neuer), sólo lo sepan él. Que sea una elección secreta. 

Eso sería lo justo.

La humanidad entonces sería castigada con la ignorancia de nunca saber a quién realmente debe adorar.