La Liga MX estaba puesta para que fuera dominada por un equipo sólido, de importancia en nuestro país y, por supuesto, de buena organización a nivel administrativo y también deportivo.

Y tal cómo se describe antes, sucedió. En el primer semestre del año, León aparecía como el campeón, con la obligación de refrendar su título y además, de confirmar que había regresado a Primera División para quedarse, mostrando el gran fútbol que le caracterizó.

Un Clausura lleno de altibajos para la Fiera, de irregularidades que ponían cada vez más en duda el título que algún tiempo atrás había conseguido, ante el América.

Las jornadas transcurrían y los pocos triunfos de León en el torneo local hacían ver cada vez más lejos una liguilla. No fue hasta que a la Fiera le dieron un golpe que de verdad caló; la eliminación ante Bolívar en Libertadores, que significaba un rotundo fracaso, obligaba al cuadro de Matosas a apretar el paso y conseguir la calificación a la Fiesta Grande. 

Las últimas 4 jornadas fueron de alarido; cuatro victorias de cuatro partidos posibles, aunado a una serie de resultados favorables, que conformaban así un milagro, pusieron al cuadro verde en una nueva liguilla y por ende, en la oportunidad de refrendar su corona.

Cruz Azul era el rival a vencer en los Cuartos de Final, el superlíder del torneo, el cuadro que mejores resultados había obtenido a lo largo de 17 jornadas; pero el mismo que tenía 16 años y medio sin ser campeón, el mismo al que ya le aquejaba ‘la maldición del superlíder’.

Aquella serie no se olvidará: la máquina tenía en sus manos el pase a Semifinales, que en compañía de un ‘aguacero’ en el Azul se terminó esfumando, gracias a las anotaciones de Boselli y Montes, que ponían a los Esmeraldas en la segunda semifinal consecutiva.

La ronda previa a la final llegaría y esta vez, Toluca era la prueba que se tenía que superar. La balanza se inclinó rápidamente para el lado leonés, gracias a un gol de Luis ‘Chapo’ Montes en la ida y después, se terminó por caer completa en la vuelta, con el soberbio gol de Carlos ‘Gullit’ Peña, para así, decretar el pase de los verdiblancos a la final, ante su incómodo hermano: el Pachuca.

Corría exactamente la quincena del mes de mayo, León recibió a su fraterno en el Nou Camp y protagonizaron un gran partido, que a la postre terminaría favoreciendo a los Tuzos, por marcador de 3-2 y que dejaba en duda la consecución del bicampeonato para los de Martínez Murguía.

Tres días después, el Estadio Hidalgo fue el escenario que recibiría la final de vuelta, el escenario en que Matosas arrojó azúcar al césped, como parte de sus cábalas, el mismo que torneos antes había pisado Miguel Calero, a quien usaban algunos como el amuleto especial para esta final.

Boselli primero y luego, en tiempos suplementarios, Nacho González mostró la fortaleza y con un cabezazo consumó lo impensable: León se coronaba bicampeón del fútbol mexicano.

Lo había hecho 6 meses antes y ese 18 de mayo, Rafael Márquez repetía levantando el trofeo de campeón de México, ante la ironía de Jesús Martínez Patiño y ante la misma felicidad del hijo, Jesús Martínez Murguía.

Mayo fue el mes en que sucedió, pero el año fue 2014, el año que vio nacer un nuevo bicampeón, un bicampeón de torneos cortos, algo que Pumas solamente había logrado, 10 años atrás.