Llegaste al mundo hace 43 años -23 de junio de 1972- en Marsella, Francia, con sangre argelina corriendo por tus venas. Fuiste el más pequeño de los cinco hijos que tus padres, Smaïl y Malika, decidieron tener; desde pequeño, el deporte estuvo ligado a tu vida, comenzando con el bádminton y el judo. Con 14 años decidiste que era momento de emprender la aventura más grande de tu vida, aunque eso significase dejar a tu familia atrás para desplazarte hacia Cannes, en donde debutarías en 1989, con la única esperanza de poder, algún día, emular lo que viste hacer a tu ídolo de la infancia, el uruguayo Enzo Francescoli.

Tu ascenso fue meteórico. Si bien 'tu presentación en sociedad' ocurrió en el ya mencionado AS Cannes, los equipos relevantes de tu tierra natal no te quitaron los ojos de encima. Cuatro años más tarde, en 1992, fue el Bordeaux el que te acogió como la 'joya' francesa que eras y rendiste los frutos esperados, comandándolos a ganar una Copa Intertoto (1995) y a un subcampeonato de la Copa UEFA en 1996, justo el año en que toda Europa comenzaría a saber quién era Zinedine Zidane, ya que la Juventus, el 'Gigante de Turín', decidió sumarte a sus filas.

Vestido de bianconero lo conquistaste prácticamente todo a nivel local: Serie A, Copa Italia y Supercopa de Italia, pero el éxito continental se te iba entre los dedos. Estuviste en München cuando, pese a ser favoritos, no pudieron contra el Borussia Dortmund de Möller, Riedle y Chapuisat en la Final de la Champions de la 1996-97. Un año más tarde, el destino te daba una segunda oportunidad en Ámsterdam, pero Pedrag Mijatovic decidió que la UCL se iría a las vitrinas del Real Madrid, ese mismo club que, sin saberlo, te marcaría y encumbraría de por vida.

A la 'Casa Blanca' arribaste en 2001 como parte del proyecto de 'Los Galácticos' que Florentino Pérez había echado a andar un año antes con el fichaje de Luis Figo. El blanco te sentó de maravilla desde la primera vez que te enfundaste la número 5, la que hasta entonces había hecho histórica Manolo Sanchís, pero que tú volviste mítica.

Ganaste una Liga, dos Supercopas de España, una de Europa y la Copa Intercontinental, pero nada de eso se equipara a la noche de Glasgow del 15 de mayo del 2002. Ese día, aún cuando ya habías conquistado la Copa del Mundo de 1998 y la Eurocopa del 2000, escribiste tu nombre en letras de oro en el Olimpo futbolístico, allá donde solamente se leía Di Stéfano, Pelé, Beckenbauer, Cruyff y Maradona.

El marcador estaba igualado a uno y corría el minuto 45' de la Gran Final ante el Bayer Leverkusen, y fue ahí cuando el tiempo se detuvo. Roberto Carlos salvó un balón que parecía destinado a perderse por línea de fondo, mandó un centro tan elevado que pareció descender con restos de nubes y, curiosamente, con la misma suavidad y delicadeza de una nube fue como empalmaste la pelota con la pierna izquierda. El resultado todos lo conocemos. Madridistas y no madridistas saben que ese es uno de los momentos cumbre en la historia del futbol, un infaltable en los highlights del deporte más popular del orbe.

Tu trayectoria es enorme a nivel de clubes y de Selección, lo ganaste prácticamente todo. Pero, más allá de tus blasones, lo que dejaste en la retina de los fanáticos mientras acariciabas el esférico fue tu clase, elegancia, porte y agilidad, tanto para regatear como para pensar siempre más rápido que los otros 21 dentro del rectángulo verde.

Tus goles, tus asistencias, tus quiebres de cintura, tu control de balón, cara levantada y pecho erguido en la conducción fueron los culpables de que muchos nos enamoráramos de este deporte. Contigo, el tiempo parecía no transcurrir, la pelota suplicaba por no desprenderse de tus botines, tus compañeros entendían que contigo todo podía pasar, al tiempo que tus rivales lo padecían.

Ganó en 1998, 2000 y 2003 el Premio al Mejor Jugador del Mundo de la FIFA (Foto: Archivo)

Tu carrera cerró con uno de los episodios más polémicos de todos los tiempos en el máximo escenario futbolístico, la Final del Mundial de 2006. Con Materazzi encarnando al 'villano' que salía victorioso ante el 'héroe' del futbol, un cabezazo puso punto final a tu trayectoria. Si bien aquella imagen en que caminas a un costado de la Copa sin siquiera voltear a verla aún se acompaña de trsiteza, ello no demerita ni un ápice todo lo que significas para el futbol, lo que conquistaste y lo que hoy día, a pesar de ya no hacer más magia enfundado en un uniforme, sigues representando.

Los elogios podrían seguir, las memorias son incontables y las acciones que nos dejaron boquiabiertos, también. Tal vez, lo mejor que se puede hacer es simplemente agradecerte por 17 años de profesionalismo, de imágenes imborrables y de alegrías inconmensurables.

¡Gracias, Zidane! ¡Merci, 'Zizou'!