Algunos entrenadores dicen que los partidos de la última jornada poco sirven para un equipo ya calificado a la liguilla. Inclusive, los más críticos aluden que este último juego es un riesgo para las figuras del equipo, pues hay poco que ganar y mucho que lesionarse. A Mario Carrillo ninguna de estas ideas se le cruzó por la cabeza el 8 de mayo del 2005.

América llegaba a la jornada 17 del Clausura 2005 como cuarto lugar general, con la clasificación a la liguilla asegurada y con la chapa de equipo poderoso. Las Águilas solo habían perdido un partido en la campaña, sin embargo, los nueve empates que habían obtenido le impedían acceder al superliderato del torneo. En frente estaba Atlas, que ocupada el sótano de la competencia y buscaba dar la campanada en el Azteca.

Todos suponían que Carrillo cuidaría a figuras como Cuauhtémoc Blanco o Claudio López, dejándolos en el banquillo para evitar lesiones justo antes de entrar a la fiesta grande. Sin embargo, Capello desafió esa teoría e incluyó un cuarteto poderoso en el ataque; Kléber Boas, Aarón Padilla, Cuauhtémoc Blanco y Claudio López. La apuesta tendría un resultado histórico.

Tras un primer tiempo titubeante, América estaba siendo derrotado ante la sorpresa general por 1-2. Entonces el cuarteto ofensivo americanista tomó las riendas del asunto y ofreció los 100 segundos más goleadores en la historia del club.

El festín comenzó en el minuto 11:03 con el empate. Un tiro descompuesto de José Antonio Castro fue desviado por Kléber, quien anotó el gol. Las Águilas no se detuvieron, y apenas se puso el balón en movimiento, lo recuperaron para organizar un contragolpe que terminó en un tiro potente de Cuauhtémoc para el 3-2. Minuto 11:44, había voltereta. La ráfaga de goles se cerró con un centro del Temo al Piojo para que éste cabeceara a la llegada del GansitoMinuto 12:43, se consumó la goleada. 100 segundos épicos en los 100 años del América.

Nunca antes América había marcado 3 goles en tan poco tiempo. La osadía del Capello habia desembocado en un espectáculo fugaz para la tribuna. En el interior del equipo el efecto de aquella ráfaga fue mucho más duradero. América ganó el partido, lo que le permitió sobrepasar a los Tecos en la tabla general, y a la postre recibirlos en el partido final. Pero por sobre todo, el equipo se convirtió en una orquesta futbolística que no pararía de tocar la música del gol hasta alcanzar el título de campeón. Todo un récord de grandeza para un equipo centenario.

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