"Voy a comprar al equipo y lo convertiré en el lobo feroz, porque en este país ya existe el hada madrina", palabras de Emilio Azcarraga Milmo cuando estaba próximo a adquirir al Club América -está de más decir a quién se refería como hada madrina-.

"Ya estábamos listos para retar al Guadalajara, decidimos que ellos eran el muchacho bueno de la película, ser nosotros el villano; si ellos eran los modestos mexicanos, nosotros íbamos a ser los soberbios riquillos con extranjeros", citó Don Fernando Marcos, aquel personaje que dijese "América no viene a Guadalajara a ganar, eso es rutina. Nosotros venimos para cambiarle el número de su teléfono de larga distancia. Así que ya lo saben mis amigos: cada que quieran llamar a Guadalajara marquen dos cero, dos cero, dos cero o el 20-20-20. Cortesía del América".

Así ha sido la esencia del equipo que hoy día se jacta de tener sus vitrinas más pobladas que cualquier otra institución en México. No obstante, últimamente se han empeñado en querer modificar dicha ideología.

Ricardo Peláez le dio estabilidad a un club que del 2008 al 2011 navegó en la mediocridad. Estabilidad, no más. La grandeza del América va más allá de presumir cuatro títulos en cinco años, de vanagloriarse por un bicampeonato de una competición que arranca desde la etapa de Semifinales, de alardear nueve Liguillas consecutivas en un sistema de competencia que te permite clasificarte obteniendo el 50% de puntos totales.

Recientemente, la humildad se ha vuelto la bandera del América, jugadores llegan del Ascenso MX o de clubes inferiores y parten de la institución sin pena ni gloria. La dirigencia no da argumentos válidos que respalden sus decisiones al momento de fichar.

Hoy día, América no goza de la mejor plantilla en el balompié mexicano. Un cúmulo de piezas constituyen la grandeza del América y necesitan ir engranadas. En Coapa deben estar los mejores extranjeros, una buena base de futbolistas paridos en tierra azteca y jugadores formados en el Nido que tengan un rol significativo en el primer equipo.

Es semestre del Centenario y el discurso de la plana mayor es pelear. Su compromiso es ganar por lo menos uno de los tres certámenes en los que América tendrá participación. Colocan el torneo copero en la misma balanza que la Liga MX y el Mundial de Clubes. Sí, por increíble que parezca, los altos mandos quedarían satisfechos coronándose en un torneo que viene siendo una piedra en el zapato para la mayoría de los equipos que lo disputan. Una justa que se han llevado agrupaciones que recientemente han estado luchando por no descender como Dorados, Monarcas, Puebla, Guadalajara y Veracruz. De ese grado es la relevancia que le imprimen los clubes participantes.

América tiene la obligación de ganar toda competencia que encare, lo dicta su historia y palmarés. Más allá de los títulos que son una encomienda semestre tras semestre, se esperaba algo más previo al Apertura 2016. Todo americanista ansiaba que llegara este año y los dirigentes respondieron con refuerzos que, a excepción de Silvio Romero, muestran credenciales insuficientes para generar ilusión y optimismo en la afición.

De a poco, los de pantalón largo se van acabando la identidad y continúan desgastando al seguidor romántico, a ese fanático que compara y ve más allá de la Era Bauer, aquel que siempre tiene en su mente y corazón al equipo de Récord, al América de José Antonio Roca, al América de Carlos Reinoso, al América de los 80's, al América de Leo Beenhakker y los dos primeros párrafos que invoqué al comienzo de este texto.