Su cara se ve más adusta, como aquél que ya conoce lo que es la derrota, la soledad y los momentos difíciles por los que pasa cualquier persona. Su cuerpo ha incrementado y no precisamente en altura. Se le ve más fornido en comparación con la vez que fue presentado en el Manchester United con Sir Alex Ferguson a un lado.

Han pasado seis años y contando desde que metió aquel gol trompicado, primero pegándole al balón con el pie, luego empujándola con los dientes en un rebote indecente, solo y con el marco abierto, el cual inauguró cien goles que lleva Javier Hernández, unos con gran técnica y otros a lo chicharazo.

Y así fue caminando de la mano de Alex Ferguson que lo llevó a una final de Champions League ante Barcelona, y a quitarle la titularidad a Dimitar Berbatov con los Diablos Rojos, meritorio porque el búlgaro había sido campeón de goleo de la Premier un torneo anterior.

Luego llegaron las malas rachas con David Moyes en el banquillo de Old Trafford y el posterior arribo de Louis van Gaal, quien acabó de sepultar su estancia en Inglaterra para tomar una propuesta de vida o muerte del Real Madrid, en calidad de préstamo, en el último minuto de la temporada de fichajes del verano de 2014. Decisión que para mi entender es de las más importantes en su carrera.

Afirman que nadie le dice que no a la Casa Blanca pero muchas estrellas salen huyendo de ella. Javier Hernández tomó el riesgo de comer banca y admitirse suplente de Karim Benzemá como su rival directo, y así fue. Nunca fue el favorito de Carlo Ancelotti aunque sus actuaciones exigían más que el natural remplazo.

Su gol ante el Atlético de Madrid para el pase a semifinales en un bombón que le puso Cristiano Ronaldo fue el más emblemático en su paso como merengue, pero desde antes ya se le notaba solo y aislado de sus compañeros. Recuerdo bien aquél golazo que le mete al Deportivo La Coruña clavándola al ángulo, al correr al tiro de esquina esperaba el arribo de sus compañeros para el festejo grupal, lo que nunca sucedió. Ya no estaba con su amigo Wayne Rooney ni Ryan Giggs, ni Nemanja Vidic, quienes despavoridos festejaban en el rincón del Teatro de los Sueños abrazando al guisante. En ese momento estaba en Madrid, en el club con más afición en el mundo y en el que el protagonismo solo tiene origen en Portugal, Francia o Gales.

Sí, estaba solo, en la banca, sin minutos y sin muchos goles, lo que lo obliga a adquirir madurez emocional y profesional. Aguantarse cada día de partido que se equipaba como todos pero que no se desgastaba como muchos. Nunca se le vio en un escándalo de copas o de faldas. Nunca ha tenido un tache por sus gustos exóticos o nocturnos. No, al contrario, trabajó  y trabajó cada vez más mejorando su técnica individual y aprendió habilidades que suplieron sus defectos, de los cuales aún padece pero los sabe maquillar. Su paso por el Madrid no fue el mejor en números, pero sí fue el óptimo para tomar madurez profesional.

Luego llegó a Leverkusen y la historia la seguimos viendo. Goleador, importante, atrevido al salirse de la zona de confort, generando espacios a favor de su equipo; pero también ha mostrado vicios de estrella reclamando a sus compañeros, exhibiendo molestias cuando no le dan la bola como quiere y sintiéndose líder de un equipo que pelea del segundo al quinto puesto de la tabla en los últimos años. Una entidad nada fuera de lo normal pero que juega Champions League.

Llegó a un club que está perfecto para él, de los que no les exigen la Bundesliga ni ganar la Orejona, pero que tampoco pelean en el descenso. Donde es mejor ser cabeza de ratón que cola de león, y a eso el de Jalisco ya le sabe.

Botepronto: Cien goles lo colocan en mis cinco mejores delanteros mexicanos en toda la historia, y lo mejor es que aún le queda tiempo para meter muchos más. No soy Chichaliber pero sí un fanático de que a cualquier mexicano le vaya bien en el futbol europeo.