¿Eres muy resistente al dolor?, me preguntó el dentista hace unos días, después de sentarme en el sillón sepia y apuntarme a la boca con una aguja.

Para ignorar el martirio que venía, me puse a pensar en las respuestas que el doctor habría escuchado a lo largo de su carrera, tras preguntar semejante barbaridad con terrorífica arma en mano. Mi hija se mudó con el novio; Mi marido me engaña; Me he casado tres veces; entre otras más. Le voy al Puebla, quise responder, pero ya estaba muy ocupado escupiendo sangre.

Cuando Nicolás Vikonis llegó al Puebla, lo hizo bajo una estela de héroe.

En primera, por el buen augurio que significaba ver a los hinchas de Millonarios de Colombia, entre lágrimas, negándose a despedirlo; en segunda porque su antecesor, Moisés Muñoz, con errores tan ridículos como interminables, se encargaba de encumbrarlo, aun cuando el uruguayo ni en México había aterrizado.

Ante Necaxa, el cancerbero fue la clave para que la Franja sumara un punto y, también, para evitar que Enrique Meza protagonizara las encuestas y debates sobre su continuidad en el banquillo. Fueron tantos lances y manotazos salvadores que Nicolás hizo durante setenta minutos, que no le quedó ni uno más en el repertorio para evitar el gol de la igualada.

Vikonis es un animal, un tipo que te gana o, en el peor de los casos, te salva partidos; sin embargo, si el equipo aspira a que el uruguayo sea la figura en cada jornada, no se aspira a nada.

No hay mejor manera de medir la resistencia al dolor, que el amor que se le tiene a un portero. Y los poblanos queremos mucho a Vikonis.