La primera vez que escuché al Pep –mi padre- decir esa frase, me quedé impávido. No sabía a qué se refería, y tampoco sabía si era una muestra de apoyo o una burla ante la desgracia que vivía en aquel momento.

Cursaba el primer año de secundaria. En un partido amistoso de la liga colegial de futbol, sufrí un accidente del que hace poco no recordaba, pero que en ese momento era poco menos que la muerte. Al ir por la pelota, una cuerda amarrada al poste trasero de la portería me quemó el rostro. Corrí en llanto a los brazos del Pep, quien, asustado -como nunca lo había visto-, no tuvo otra opción que llevarme al doctor.

Los días siguientes fueron un calvario. Tardé en regresar a clases, aproximadamente, dos semanas. No quería que nadie me viera la marca que había dejado aquel mecate ardiente ni recibir las risas irónicas de mis amigos.

Hay enfermedades que no se ven”, me dijo el Pep, la mañana de mi regreso a la escuela, justo al bajarme del coche.

Este jueves, el legendario Pablo Larios Iwasaki, uno de los emblemas de la época dorada de la Franja e ídolo de multitudes gracias a sus espectaculares dotes como cancerbero, debió ser atendido de emergencia e intervenido quirúrgicamente, en una operación de alto riesgo.

Larios, quien puede ser recordado por mil y un formas mucho más agradables y loables que el triste historial que ya conocemos, y de quien sobran postales en fotografía y video de lo maravilloso que fue como arquero del mejor Puebla de todos los tiempos y de otros clubes más, así como de la Selección Nacional, fue objeto de la negligencia del personal que labora en el Hospital donde se atiende, así como de la ignorancia y falta de humanidad que, desde hace muchos años, ejerce y ‘lidera’ el periodismo deportivo en Puebla.

En perjuicio de lo que marca la Numeral 5 de la Norma Oficial Mexicana del Expediente Clínico NOM 004 SSA3 2012, que menciona, y cito textual: “Para efectos de manejo de información, bajo los principios señalados en el numeral anterior, dentro del expediente clínico se deberá tomar en cuenta lo siguiente: Los datos personales contenidos en el expediente clínico, que posibiliten la identificación del paciente, en términos de los principios científicos y éticos que orientan la práctica médica, no deberán ser divulgados o dados a conocer. Cuando se trate de la publicación o divulgación de datos personales contenidos en el expediente clínico, para efectos de literatura médica, docencia, investigación o fotografías, que posibiliten la identificación del paciente, se requerirá la autorización escrita del mismo, en cuyo caso, se adoptarán las medidas necesarias para que éste no pueda ser identificado”.

Asimismo, lo que refiere la Ley General de Protección de Datos Personales en posesión de sujetos obligados, donde se menciona: “Datos personales sensibles: Aquellos que se refieran a la esfera más íntima de su titular, o cuya utilización indebida pueda dar origen a discriminación o conlleve un riesgo grave para éste. De manera enunciativa más no limitativa, se consideran sensibles los datos personales que puedan revelar aspectos como origen racial o étnico, estado de salud presente o futuro, información genética, creencias religiosas, filosóficas y morales, opiniones políticas y preferencia sexual. En estos casos, se requiere del  obtener el consentimiento expreso y por escrito del titular, a través de su firma autógrafa, firma electrónica o cualquier mecanismo de autenticación. El expediente médico está sujeto aún a mayor protección, por contener datos sensibles relativos al estado de salud presente o futuro”.

Es decir: en primera instancia, el fatal error del hospital -como receptor directo de los datos-, que debió contar con el consentimiento expreso del propietario de los mismos -es decir, de Pablo Larios-, para hacerlos llegar a otra persona.

Y en segunda, de aquel quien, al recibir los datos, se convirtió en sujeto obligado de la protección de ellos; y que para su divulgación, también debió obtener el consentimiento expreso del titular.

Hoy lo entiendo: 

Hay enfermedades que no se ven, porque están disfrazadas de amiguismo, de falso rigor periodístico y, muy en el fondo, de nula fraternidad humana.

Hay enfermedades que no se ven, que son peores y que no tienen cura.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.