Para toda la comunidad auriazul, esta, la semana del ahora llamado Clásico Capitalino, es la más esperada de la temporada. Y no es para menos, pues enfrente se encuentran los que portan los colores azulcrema, para todos nosotros: El odiado rival.

Es la semana de las apuestas, es la semana donde los amigos se convierten en adversarios, es la semana que todo hincha no puede dejar el orgullo guardado en el ropero. Toda la semana las camisetas que portan el gigante escudo de los Pumas deambulan por las calles, salen a relucir sus colores y sobre todo su identidad, porque  es bien sabido que el fin de semana donde se enfrentan Pumas - América no puede ser sino un hervidero de pasiones.

Para el hincha de Pumas es difícil ver el partido a través del televisor. No solo porque ir a llenar el Estadio Azteca como cada temporada en que se enfrentan es ya una tradición inquebrantable. Sino porque la única transmisión que hay disponible, se nos vuelve como entrar en casa ajena, nunca se habla mal de los niños propios. La empresa dueña del equipo que viste ese color amarillo, es la misma que transmite el encuentro y todo seguidor auriazul sabe que es un auténtico dolor de cabeza escuchar a los comentaristas alardear sobre lo que hace y deja de hacer el equipo que paga sus nóminas.

Por eso las tribunas del Estadio Azteca siempre se visten de gala para recibir al equipo universitario. Las gradas de la cabecera sur son tomadas por nosotros, los siempre incómodos, los locales de todos estos encuentros. Este día aunque no fue la excepción, las gradas altas no recibieron a todos los que acostumbran. Fue una entrada regular que aseguró solamente la localía de este enfrentamiento. Pero ahí, frente a todo y todos, se plantaron los que le ponen sangre al juego, los que hacen que el corazón se inflame y no se llegue a poner en duda la grandeza del equipo universitario.

Porque hay que ser sinceros, puede faltar fútbol y talento, puede faltar todo en la cancha de un Clásico Capitalino, pero nunca puede faltar el ambiente espectacular que la hinchada auriazul conjura cada vez que Pumas visita Santa Úrsula. No han importado los años sin títulos, ni la última abultada derrota que se sufrió como nunca en ese macabra semifinal, el alma que mantiene vivos a estos Pumas jamás se ha retirado de esas trincheras que aguardan en cada estadio. Esa garra, ese amor a la camiseta hoy no fue correspondida y como se ha vuelto costumbre en estos últimos años, quienes siguen dando la cara por este equipo que, de a poco se ha quedado sin corazón, son los que están del lado equivocado de las alambradas del estadio.

Este sábado pintaba como lo hacía casi un año atrás, un juego de trámite para salir por fin airosos, salir a festejar una victoria que se anhela todo el torneo, para poder celebrar una entre tantas que nos debe este equipo. Pero no, volvimos a ser testigos de unos Pumas que jugando con uno de más todo el partido estuvieron a punto de perder. Volvimos a ver a los Pumas que no meten las manos, a un equipo que dejó el amor a la camiseta en los festejos de los 65 años, volvimos a ver a unos Pumas sin historia.

Durante más de 80 minutos Pumas se olvidó de donde viene y sobre todo, se olvidaron de quienes lo siguen y los alientan. Saltaron a la cancha unos jugadores sin sangre, sin pasión, sin orgullo. Jugaron a no perder. Jugaron un juego que poco tiene que ver con los laureles del azul y oro. Pumas no quiso ganar. Nos volvimos a ir con las manos vacías, porque este resultado no fue un empate sino una derrota.

El juego contra el América es el más esperado, es el más aguerrido, es el que más pasiones causa durante todas las temporadas. Y no es como comúnmente piensan los de enfrente. Es porque sabemos que no somos como ellos. Que nuestra grandeza no la ha comprado el dinero con el que hacen que los jugadores vistan su playera. Es precisamente porque sabemos que lo único que necesitamos para ser lo que somos es amor a nuestra camiseta y  a nuestra historia. Porque podremos ser el más humilde de los grandes en el futbol de este país, pero somos los que más orgullosos nos sentimos de nuestros colores.

La noche de este sábado Pumas se olvidó de su grandeza y de sus colores. Estos jugadores se han olvidado de quienes dejaron sangre y  sudor defendiendo esta camiseta. Se han olvidado de la pieza clave de este club; su hinchada. Se olvidó que Pumas no es como los de enfrente, que los sueldos no juegan en el campo, que el dinero no compra la pasión por el juego. El único que no se olvidó de ello, fue Bryan Mendoza; el único canterano que no se olvidó de donde viene ni por quien está jugando. Nos salvó de una penosa derrota y nos brindó la garra que tanto exigimos, fue el único que salió a la cancha sin miedo de vestir la gigante camiseta azul y oro.

El viejo hincha sabrá un viejo adagio: Si el futbol se ganará en las gradas Pumas ganaría por goleada. La afición auriazul seguramente se fue dormir molesta y contrariada. Tanto quienes lo vieron por la televisión como quienes alentaron desde el estadio nos hemos ido con esa amarga sensación de ver a un equipo que no se reencuentra consigo mismo. Nos vamos sin poderle arrebatar una victoria a nuestro eterno rival.

Sin duda después de este partido de Pumas, muchos nos quedamos “con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al final del partido”