Podré cambiar de ideología política, de gustos musicales y mi vestir puede ir variando de acuerdo a diferentes circunstancias. He abandonado la religión algún tiempo y también he regresado a ella. Todo puede cambiar, absolutamente todo... Excepto la respuesta a una cuestión: ¿A quién le voy? 

Como era costumbre, el domingo, muy temprano, llegábamos a la casa de mi abuela. Solíamos comer ahí y después regresar a la casa a esperar a que mi papá saliera del trabajo. Mis fines de semana hasta los 6 años eran muy repetitivos... Hasta aquel mágico domingo. El domingo que cambió mi vida.

Aunque no era el más ferviente de los aficionados, mi tío me invitó, junto a su hijo, a ir a mi primer partido de fútbol. Recuerdo mi llegada al estadio; como niño de 6 años quedé impactado por aquella construcción tan enorme. Incluso actualmente, al llegar a esa que se convirtió en mi segunda casa, sigo teniendo una emoción muy parecida a la de aquel primer día.

De aquél primer juego, contra Cruz Azul por cierto, olvidé casi todo. La actividad en la cancha pasaba a segundo término a mi corta edad, pero todo me llenaba de admiración. Recuerdo muy bien el sol abrumador que no daba tregua. Mi mente atesora imágenes como una de la afición sentada en la orilla de la grada, esperando que la jugada terminara en gol. Me emocionaba gritar ‘ahhhh’ cada vez que se fallaba una jugada clara (eso solo lo sabía porque así lo decía mi tío). Para mí era una dinámica muy emocionante estar pendiente de a qué hora tenía que levantar las manos para hacer la ola, ver al vendedor intentando pasar entre las filas de gente y escuchar los insultos hacia el árbitro. Si bien el partido no me atrapaba del todo, la atmósfera que rodeaba el encuentro me tenía fascinado. Y efectivamente, el resultado fue lo de menos; muchos años después me daría cuenta que, si quería seguir a este equipo, el resultado tendría que pasar a segundo término.

Terminado el partido, mi tío junto con un amigo suyo que nos acompañó, entró a un bar a tomarse la última cerveza del día. A nosotros, mi primo y yo, nos dejó cuidando el vocho gris que nos había llevado. Ahora que lo pienso, fue muy irresponsable de su parte… Pero en ese momento, no me importó.

Aquel domingo mágico llegó a su fin. Nuevamente a la rutina. Ir a la casa, esperar a que llegara mi papá del trabajo y prepararme para iniciar nuevamente la semana. Todo fue igual, salvo una cosa. Un cuestionamiento que hasta ese momento no sabía responder y desde ese día quedó tatuado en mi memoria y en mi ser.

Después de aquel maravilloso domingo, ya estaba más que preparado para dar la única respuesta que nunca ha cambiado en toda mi vida. ¿A quién le voy?

Yo le voy al Puebla de la Franja.