Muy de madrugada, cuando todos aún dormíamos, los Gallos comenzaron a cantar. Lo realmente lamentable es que los Rayos aún estaban en un sueño profundo, y, para despertarlos, fue necesario cantaran dos veces.  

Era muy temprano para levantarse, quizás, era muy temprano para poder dejar de lado los sueños y las pesadillas, las pesadillas de la caída, de la derrota, y poder descubrir un mundo lleno de Victoria. Sin embargo, aún había esperanzas.

Necaxa, aún adormilado, tuvo un chispazo, una pequeña luz que iluminaba el lugar, el Gallo estaba golpeado, el Gallo estaba herido, pero no muerto. Era hora de irnos a descansar, sí, otra vez a dormir.

¡Cuánto daño les hacía el descanso! En los albores de un nuevo día, de una nueva oportunidad para mostrar la fuerza del Rayo, nuevamente el Gallo se adelantó a cantar. Fue como una copia de días pasados, como una película que ya habíamos visto, como un sueño que ya habíamos tenido.  

Algo andaba mal, la gente deseaba despertar de este mal sueño, deseaba despertar a los jugadores, deseaba despertar a los que habían estado dormidos, sin oír alarmas, sin oír cánticos. El cielo oscurecía, había la ligera impresión de que estaba a punto de llover, pero los Rayos estaban escasos. 

En ocasiones, la esperanza es el peor de los males, pues solo alarga el tormento de los hombres, pero el aficionado puede con eso y más, el aficionado estará listo para alentar, pues el aficionado sí logró despertar con el canto del Gallo: la tarde cayó; pero, tristemente, también cayó Necaxa.