Las ilusiones nuevamente regresaron con el silbatazo inicial, las emociones y los gritos al límite de los asientos indicaban que se venían noventa minutos de tensión.

A pesar de aquel error de Passerini, al cuarto del partido, el club solo dependía de una pizca de fortuna, pues no se veía por dónde acercarse a la base rival. El empate era, hasta el momento, casi como un acto milagroso, no había otra explicación.

La afición tuvo que poner todas sus esperanzas y suplicas en un santo que no llevaba máscara plateada, sino guantes y suéter verde. Tampoco tenía poderes sobrenaturales, ni nada con tintes extraterrestres, pero tenía pasión y garra por defender el estandarte necaxista. Una y otra vez, como en una práctica matutina, el titán de los guantes mantenía la esperanza de los aficionados.

Un gol de otro encuentro llegó a silenciar las palpitaciones, ahí es donde nos dimos cuenta de que el guardameta es terrestre, y que no podía con todo. Minutos más tarde, con un planteamiento táctico que dio un giro de 180 grados, un ejército comandado por un general español obtuvo la conquista tan esperada, y todo volvía a estar como al principio. Parecía que, nuevamente, tenían que depositar toda su fe en aquel hombre que caminaba bajo los tres palos.

Pero el club supo responder, el club realmente mostró un cambio en los últimos minutos, incluso arañando un segundo tanto; ilusorio o no, pero ese tenue ímpetu tenía nombre, el de Luis Ángel Malagón.

Quizás la mayoría se fue pensando en por qué no se vio un planteamiento más agresivo desde el principio, quizás algunos concluyeron que lo hecho por Bilbao, hasta el momento, es lo mejor que se ha visto en el equipo; pero en donde la visión es unánime, es en el pensamiento de que, pase lo que pase, ¡Necaxa tiene portero!