Nadie esperó una contingencia, nadie pensó que un virus les estaría haciendo tanto daño…

Una fría mañana, con el arropo de una ciudad desolada, despertamos en casa con la incertidumbre de una situación que arrancaba pánico y frustración. Los días transcurrían entre estrés y carencias variadas, con la única petición de poder regresar a la normalidad, pues parecía que nos estábamos consumiendo lentamente.

La noticia más sorprendente, quizás, se dio con la suspensión de las clases, con la suspensión de la educación tan necesaria, con la suspensión de la instrucción y del apoyo. La ausencia de clases dejó sin trabajo a varios docentes. Pero no todo era tan malo, pues la educación continuaría de manera virtual, y, además, una conocida institución deportiva se encontraba en busca de un ‘profe’.

Sus clases comenzaron juzgadas por el descuido de jugadores y de silbantes, rechazadas por el apoyo de un proyecto animoso y motivado, que, si bien parecía que tendría un resultado positivo, al menos el primer día, cayó en desatenciones y despistes, tanto de intrusos, como de ilustres personajes.

La falta de ideas y de conocimientos se redujeron a unas clases insípidas, aburridas, monótonas y desoladas, carentes de la energía de una clase presencial, carentes del brillo de alumnos anteriores, carentes de alguien que pudiera aprobar el curso.

El profe, triste y desalmado, dejó el aula en su primer día de trabajo, pensativo y soñador, esperanzado en un mejor camino; pero, eso sí, con todo un grupo de alumnos al límite de reprobar el curso.

Justo cuando la gente pensaba que ya nada podía estar peor, vino lo peor. Y no, nadie esperaba la contingencia que vive el club Necaxa, ¡no!, nadie esperaba que el virus de apoyarlos, hoy les estuviera haciendo tanto daño.