La frustración ha llegado para invadir hasta el más recóndito de los lugares, la frustración y la impotencia se alimentan de la inoperancia de aquellos rasgos 'rojiblancos' que carecen de vida. 

Un equipo limitado de ideas y de alternativas es lo que tuvimos ayer frente a nuestros ojos, dentro de un estadio que volvió a gritar los goles; pero, esta vez, fueron los goles del equipo rival. 

Un manojo de disgustos se formaban en cada jugada, una alforja de gritos que reclamaba y exigía presión, un grupo de desesperación que se gestó desde tiempo atrás, y que sigue creciendo con el paso de los días.

Cercana la hora del comienzo del juego, cientos de aficionados se entusiasmaban para ver a su equipo, cientos de seguidores anhelaban que ya arrancaran los noventa minutos de juego; hasta la noche se asomaba ansiosa por ver al Necaxa: lastimosamente, solo llegó a contagiarlos de oscuridad. 

Esas cinco victorias consecutivas, con las que cerraron el torneo anterior, parecían un espejismo que ahora solo mostraba el reflejo de sus rostros tristes. Repito que no hubo llanto, pues cada lágrima se ahogó dentro de la ira de la afición.

La alegría amenaza en volver hasta un nuevo triunfo, la alegría se esconderá mientras no haya modificaciones en lo visto en el campo; y así seguirá, petulante y vagabunda, mientras no encuentre un lugar en donde descansar. Hay mucho que trabajar, hay mucho que corregir. 

Sin embargo, la esperanza y la ilusión se alimentan de elementos poco perceptibles; se alimentan, incluso, de cosas inexistentes, y reclaman -a gritos- goles, triunfos y campeonatos. No sabemos cómo se mantiene, pero ahí sigue, y ahí seguirá...

El camino será sinuoso y complicado, ayer nos lo demostraron; el camino será desértico y cansino, y, si no llegan los cambios, lo de ayer apunta como el primer paso en un camino de calvario.