No fue una noche cualquiera, el viento soplaba y la noche caía con bastante vehemencia. El escenario estaba triste, pese a la algarabía del regreso de la afición. Paradójicamente, la noche se estaba durmiendo.

Había un balón en el campo, pero solo fue maltratado; había un par de docenas de jugadores, pero deambulaban entre sombras e interrogantes. Los gritos —ahogados en un cubrebocas— eran el espectáculo más notable del momento. 

El terror merodeaba los instantes, controlaba los impulsos y espantaba las ideas. Tal fue el caso de aquel impetuoso contención, que no supo frenar el vuelo del brazo, y terminó pintándose de rojo

El terror los hizo replegarse, el miedo a lo desconocido se convertía en un escondite infinito, en un laberinto sin salida. La angustia a una muerte prematura, a una muerte en plena jornada 2, los hacía caminar sigilosamente por el campo de juego. La serenidad reinaba en los alrededores, y, por tanto, la desesperación aumentaba.

La afición se lamentaba por lo ocurrido, lanzaba un bostezo al ruedo, y luego se ponía a gritar, intentando hacer más divertido el espectáculo otorgado.

De pronto, se presentaba una desafortunada acción más, un momento que se cargaba de miedo: el líder defensor se quejaba en un recóndito lugar del campo, con un semblante que extrañaba, con un semblante que hacía temblar a la afición. El terror creció, las penas viajaban por el interior de un pecho desolado. Realmente, era lamentable la situación, era lamentable la herida, era lamentable el futuro que se veía venir.

Pero el juego tenía preparada una sorpresa para la afición, que tuvo que despertar en los minutos finales, pues con una agónica anotación, con un agónico triunfo, el alma regresaba al cuerpo.

Aún faltaba una pena máxima en contra, pero el miedo fue benevolente con los locales, pues si ya los había castigado durante el juego, prefirió compartir migas con la visita.

El resultado maquilla un poco lo sucedido, el resultado recorta la brecha del pesimismo, pero no hará olvidar que la situación aún es crítica, y que a Necaxa aún le falta demasiado por mejorar.  

¡Fuerza, Unai!