La figura del patiño es fundamental en las comedias. Aquel papel no es más que el de un hombre que vive en el segundo plano. Triste y desconsolado, solo existe para que el protagonista de la obra interprete sus mejores chistes usándolo como referencia. En él recae todo el peso de la broma. Es, digamos, el personaje que se encarga de recibir toda la carga del comediante para que éste se luzca frente a todo el aforo. Los patiños juegan un papel muy importante dentro de la cultura del espectáculo.

En todos lados existe uno. El fútbol, como todo buen espectáculo que se jacta de serlo, necesita de los ellos para ser más creíble y llevadero. Si el jugador más ingenioso no es capaz de hallarlo durante los entrenamientos, el aficionado se encarga de encontrarlo al instante con el simple hecho de fallar un gol cantado. Si bien, el jugador no se entrena para serlo, sus actuaciones se encargan de evidenciarlo.

La afición del Necaxa encontró el suyo en un momento determinado. No fue difícil hallarlo. Solamente tuvo que fallar un penal en un encuentro que ya suspiraba por morir. De ahí, la etiqueta de goleador con la que llegó procedente del Atlas, se cayó en cuestión de segundos. Fallar aquel tiro desde los 11 metros fue el pecado más grande que cometió Martín Barragán. Ahí comenzó un calvario que, hoy en día, sigue penando. Dice el dicho “Perdono pero no olvido”. Los aficionados aún no le perdonan ese arrebato a Barragán, aunado a los goles fallados a metros de la puerta.

En las redes sociales, como en los estadios, se dicen y cometen muchas burradas. Uno encuentra al técnico ideal para su equipo en un simple comentario de TW o FB. También podemos apreciar al defensor de las causas humanas. Pero igual hallamos a aquellos que hacen de la red una forma de vida. Aquellos que, con un chiste, consiguen miles de reacciones y seguidores. Dicen que los insultos más creativos provienen de la hinchada argentina; y tienen mucha razón, pero quien diga que el mexicano no tiene ingenio para burlarse de una persona en la web, es porque no ha navegado lo suficiente en las aguas de las redes sociales. A Martín Barragán no lo bajan de “malo” y “tronco”. “Fallagán” en lugar de Barragán es el calificativo más constante en la caja de comentarios de las redes del club. Ignoro si “Poteyo” -como le apodan- lee la cascada de comentarios en los perfiles oficiales del equipo donde juega luego de un mal partido.

Pero lo que queda claro es que el rendimiento del jugador puede que esté condicionado por las malas vibras. A los hechos nos remitimos. Tras una mala temporada donde solo anotó un par de goles -uno con el primer equipo y el otro con el juvenil sub 20-, Santiago Tinajero —que es capaz vender hielo en Siberia— pudo encontrarle acomodo en Pumas en calidad de préstamo. No pudo anotar un solo gol. Pero se ganó las críticas y el coraje de una de las aficiones más exigentes del país. Barragán cayó muy bajo en un juego de Copa. Metió una mano en el área y el árbitro expulsó a un juvenil que no tenía ni pinta en el acto. “Poteyo” no dijo ni mu. Se quedó callado y siguió en el campo, mientras que el alevín se retiraba entre lágrimas. Las redes sociales rugieron y crucificaron al traidor. Al tiempo, publicó una fotografía con el debutante y declaraba que aceptaba toda la culpa y esperaba la sanción correspondiente de la Comisión Disciplinaria.

El jugador vive de dos aspectos de suma importancia: la confianza que tenga y que le den y de de los minutos que pueda sumar en el césped. La confianza se entrena todos los días. Los técnicos se encargan de reforzarla en las prácticas y en el vestidor. Pero si el jugador no es capaz de retenerla, está frito. También vive de los minutos. En este caso, un delantero existe gracias a los goles. Sin ellos, no tiene caso seguir luchando por algo. Barragán acaba de sumar dos años sin un solo gol con el fútbol mexicano -Necaxa y Pumas-. El último se lo hizo al ya desaparecido Lobos BUAP, en enero del 2019. Pero hay más. En 3 años -2 etapas con Necaxa-, Barragán solo ha sumado 16 goles. Una cifra por demás baja para un delantero. En 85 encuentros, solo ha visto portería en 16 ocasiones. Es por ello que la afición escuadriña el por qué sigue portando la casaca albirroja. Y, claro está, por qué sigue jugando de titular.

Nadie entrena con el objetivo de ser un patiño; es más, nadie nace y vive con la intención de serlo. Por desgracia, este papel es como los apodos: una vez que te los ponen, no existe poder humano sobre la tierra que haga que te los quiten o te los cambien. Martín Barragán no es un patiño, pero conforme pasa el tiempo, los partidos sin goles y con las actitudes antes mencionadas, los aficionados y demás comenzarán a tomarlo como tal, como el objeto de las bromas más pesadas de las redes sociales.