Una señal restringida volvía locos a los aficionados que buscaban los medios para seguir el accionar de su equipo. Pese a los resultados imperfectos de los Rayos, la afición aún se movía para observar sus efímeros destellos.

Sin importar las vicisitudes y sin importar las inclemencias, los devotos necaxistas puntualmente se dieron cita, como lo hacen ya desde hace tiempo, para malgastar molestias y regalar desesperos inmerecidos.

Llegó un gol finalmente, y la alegría de gritarlo invadió los cientos de almas que se habían esforzado por estar siguiendo el juego. El grito fue tan profundo, el grito fue tan inmenso, que aún ni siquiera se terminaba cuando ya había caído el empate. 

Nuevamente carecían las ideas, nuevamente el tren de los recuerdos viajaba, llevándose las glorias y los eventos que algún día los deslumbraron. Los pasajeros del viaje no se expresaban, los pasajeros del viaje llegaban, salían, entraban, corrían, pero no demostraban nada. 

A punto de cumplir un año en la travesía, un impulsivo errante mostraba las huellas del camino, ensangrentado y maltratado por aquel que una vez lo apoyó.

A pesar de todo, el triunfo estaba en la manos, el gol de un extraño caminante había llegado a confundir el paisaje, había llegado a causar dudas en los espectadores y había provocado una victoria parcial. Sí, aquel caminante vestía de rojiblanco, sí, sintió que remataba un balón a su favor, pero todo se trataba de una divina confusión.

Cual otoño deshojando las arboledas del horizonte, los rivales deshojaban las ventajas del Necaxa. Y sí, como una mala tradición del visitante, demostraba que eso de cuidar ventajas no era lo suyo.

Pues otra vez en la agonía de la soledad, disfrutando del exquisito sabor de la victoria, se olvidaron de un detalle que amargó el anochecer. Y es que cuando pierdes tiempo durante el encuentro, este suele adherirse al tiempo reglamentario, solo para recordarte una cosa:

¡Tienes que buscar otra fórmula para cuidar ventajas!