Recordarte no resulta tan sencillo, pega en el vacío del alma el pensar en los momentos agridulces que les diste. Un día ansiaban verte con todas sus fuerzas, pero al otro ya no podían hacerlo, pues les nublabas la vista con el llanto.

El rojo acuoso del dolor los invadía. Dabas paso a alegrías contadas, medidas, pues proclamabas que no te gustaban, que no eras partidario de ellas. 

Amarte era un suplicio que agradaba, que se disfrutaba, aunque con miedo. Si ellos pierden con algo que es tuyo, tú a cada partido pierdes algo que nunca lo fue. 

Miles de seguidores sufren por ti, seguidores de tu olor, de tus colores; hoy sufren por tanto extrañarte, quizás sin motivo aparente, pero vacían todo el dolor con golpes al alma y con un par a la almohada. Todo es impotencia, misma que tú también disfrazabas al final de cada encuentro.  

La irresponsabilidad de tu figura causaba destrozos bajo la tormenta, y es verdad que la calma llegará cuando pase todo esto, pero aún no se divisa por ninguna parte. No es posible que no aceptes lo que te correspondía, que no aceptes tu culpa, pues todo se lo dejabas a alguien más. 

La mayor alegría que hoy guarda la afición es saber que tu ausencia no es definitiva, que volverás algún día, quizás con el viento, o aparecerás postrado sobre una nube pasajera; no lo sabemos, pues contigo siempre todo fue incierto, ¡oh victoria adorada!

Hoy solo queda decir que una llave se encuentra extraviada, esa llave de los corazones que te alientan; pero la afición es fuerte, la afición nunca abandona, y, ya encerrados, sus sentimientos no saldrán de ahí. El problema es que esa llave tiene una doble función, y la otra función hoy tú la necesitas: esa llave, después de todo, también es útil para cerrar partidos.