
Tanta ausencia hay bajo este faro nocturno; un viento ha empolvado los ojos del triunfo y su sonrisa se ha marchado sin dejar dicho cuándo habrá de volver.
La luz del encuentro era suficiente para iluminar los rostros de la afición, una afición que se daba cita nuevamente en el estadio, iluminándose con cada jugada, pero apagándose conforme avanzaba el tiempo.
La desilusión y la desesperanza cada vez ofuscaban más, comenzaban a doler los segundos y a sangrar hasta las rayas que ornamentaban su uniforme.
Cada disparo hacía más pesados los párpados; todos estaban buscando un sueño, pero ese sueño se esfumaba al pasar de cada latido.
Los anhelos y los deseos de cada aficionado fueron más contundentes que lo mostrado en el accionar del club. Simplemente, no encontraron la puerta; simplemente, se les apagó, en este caso, la última luz encendida.
El rival concedió la posibilidad de llegada, pero atrás supo resolver. Cuando finalmente tuvo una al frente, les recordó que no se han ganado la oportunidad para soñar. Esta vez no.
Hoy el Necaxa se convirtió en un ave sin vuelo, y apenas pudo despegar; luego se elevó persiguiendo un sueño, pero chocó con un cielo nublado, y hoy, hoy ese cielo ha comenzado a caerse a pedazos.
Hoy se firmará, con sangre, el nombre de cada gloria encubierta en la historia del club, pero se sellará, posteriormente, esta medianoche con una lágrima.
