Ayer, en el cielo se asomaban pocas estrellas. Ayer, durante 90 minutos, la oscuridad invadió el escenario y la ilusión solo duró un parpadeo. Los seguidores se comenzaban a desencantar desde que se dio a conocer la formación de arranque.

Un vacío inoportuno proyectaba estigmas de quince jornadas anteriores. Todo en este momento era sufrimiento y desinterés.

Una efigie absorbente de fastidio saltaba al campo, carente de idea y con las ganas trenzadas a la desesperación y a la desidia.

Lanzar 'el esférico' una y otra vez para tratar de hacer daño no era la solución adecuada: nunca lo fue. Cuando el accionar está sumido en la presión y en las ganas forzadas, el único resultado será la inoperancia. 

Dejaron un día más en soledad, abrazando otra vez solo a los recuerdos; dejaron un día más de reflexiones y de bríos descontrolados; dejaron la incertidumbre de que se viene el peor examen de la historia, y que todo 'hubiera' sido diferente...

Una mancha irracional hoy nos acompaña, y una herida sobre un cuerpo inerte dejaron desde el comienzo (aunque la fueron haciendo más profunda).

También nos dejaron la conclusión de que 'el hubiera' sí existe, pero solo como una metamorfosis de los sueños y de las esperanzas que la afición muestra cada inicio de torneo; la transformación comienza durante el desarrollo del mismo, y el resultado se está viviendo ahora. 

El contexto actual nos muestra que ya amaneció, pero que el día aún es más oscuro; la realidad nos dice que el Sol se ha negado a salir, pero que ya saldrá, ya saldrá... 

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