La lluvia era un mal presagio de los momentos que venían en camino. El estadio Azteca era el escenario de un nuevo intento por dejar en claro que todos los cambios fueron para bien.

Los primeros minutos transcurrían, con un claro dominio del rival, que se adueñaba de la pelota en los primeros momentos, haciéndonos creer que la suerte de 'los Rayos' no sería muy distinta a la de la semana pasada. 

La lluvia aterrizaba sobre la cara de un público preocupado y de todos los aficionados que no auguraban un futuro alentador, menos después de los yerros defensivos que costaban el primer desaguisado y de la altivez que resguardaba el marco del rival.

El primer lapso se fue entre una pequeña porción de los nervios que se vivirán en el torneo, solo entre una porción; se fue directo a un recóndito recuerdo que no se quería ya guardar en la memoria, pero imposible dejarlo a un lado cuando el daño aún saldría para el segundo tiempo.

Y así fue, una segunda mitad dividida, entre semblantes de esperanza y apariencias que fingían una sonrisa. La insistencia de Necaxa no claudicaba en sus propósitos, pero no encontraba lugar en la meta rival.

Un rebote tuvo que llegar para poder igualar las acciones, luego de tantos remates como ideas fracasadas se hubieran tenido. Finalmente, parecía que el fruto del esfuerzo había llegado, pero ese fruto llegó en la antesala de pudrirse, pues unos minutos después del grito de euforia necaxista, cayó un segundo gol local. 

Los minutos se extinguieron, las ideas impulsivas también; la derrota llegó al seno del equipo, la desilusión también. La afición regresará a casa pensativa, apagará el televisor triste y frustrada, se hundirá en un pensamiento de rencor que durará una semana, pero dependerá del futuro si se sana o se arremete más.

El equipo tuvo una mejoría, pero es solo un tenue impulso que aún no alcanza para superar la última posición general, aunque sí alcanza para llamar la atención a tiempo, y recordar que aún hay posibilidad de hacer mejor las cosas.