Crítica de 'KILL LIST': patada en la sesera
(Fuente (efecto bob): esbilla.wordpress)

Mientras cosecha comentarios dispares High-Rise en el festival de cine de San Sebastián, Ben Wheatley no deja de llamar la atención de espectadores y críticos sobre su desequilibrada y rabiosa mirada. El realizador británico tiene características cinematográficas del más despiadado enfant terrible, que parece obligar al espectador a cuestionarse los límites del humor, del uso de la violencia, del montaje, de un hilo conductor en la película en particular, y de los géneros cinematográficos en general.

(Foto (sin efecto): theshiznit)
Foto: theshiznit

Su debut fue en 2009 con Down Terrace, una comedia negra violenta que se llegó a comparar con estilos de directores como Mike Leigh, los hermanos Coen o Ken Loach, y que ganó premios en festivales británicos, así como en otros festivales de cine independiente o de género.
Sin embargo, es en 2011 cuando estrena Kill list, y se encauza de ahí en adelante hacia un recorrido rupturista constante en su filmografía, que parece pretender retarse y crecer estética y narrativamente. Demostración de ello son sus posteriores películas: Turistas y A field in England. Sin embargo, Wheatley también deja pequeñas muestras de su faceta más accesible (que no precisamente convencional), con la dirección del telefilm Deep Breath, de Doctor Who en 2014.


Kill list podría no ser solo una película, sino un conjunto de engranajes que motiven una serie de deducciones e hipótesis en el espectador, con el fin de provocarle y de buscar su complicidad en una experiencia que no pretende dejar indiferente. El alejamiento y la ausencia de cualquier escrúpulo en todos sus elementos no es óbice para que no haya motivos por los que no acompañar al personaje de Neil Maskell (Utopia, Open Windows) con una actitud contemplativa, puesto que desde fuera se vislumbran pocos datos de los personajes que añadan leña a la misión que tienen los protagonistas. La película tiene donde rascar a través del planteamiento de situaciones y los rasgos psicológicos que se intuyen atendiendo a los personajes. Todo ello envuelto en una atmósfera y un tono disperso, enrarecido, que confunde y extraña hasta atontar. Una suerte de relato insólito que puede respirar aires a Monty Python, Quentin Tarantino, Guy Ritchie, Michael Haneke, pero con un toque personal indefinible, solo clasificable por lo british a la hora de desenvolverse.

Wheatly pone a prueba a los defensores del filme que intenten clasificar lo que la película presenta. Hablar de thriller, terror, comedia negra o drama psicológico es quedarse corto. Aunque el ritmo y las acciones de los personajes den la sensación de quedar suspendidas en el aire, a la espera de que todo coja forma y se entrelacen, se intenta mantener en vilo al espectador a lo largo de la película, mediante la casi constante incomodidad de sus situaciones, los diálogos punzantes y cínicos en sus puntos más violentos (pero también en los cómicos) o el uso explícito e impactante de la violencia.

Todo esto parece dibujar un esperpento ambiguo, tendido entre la brutalidad de las acciones más primarias de los personajes, y la información dosificada y bajo manta que se sabe de la historia a través de diálogos.

Además, esta disparidad de acciones y personajes, que más que algo serio y comprometido parecen estar dando tumbos como pueden, se ven potenciados por un ritmo narrativo poco usual, un tono poco definido, un montaje pretendidamente transgresor y bizarro, y un desenlace que pone en jaque mate todo lo que la historia ha contado hasta ahora, la objetividad de la narración, o incluso se puede llegar a plantear uno si realmente esta película tiene algún fundamento.

Lo que se puede aventurar uno a afirmar es que Ben Wheatley es único e inclasificable a la hora de hacer cine. Tiene varios motivos por los que ser admirado o reconocerle el mérito de haberse lanzado a contar algo de la forma en que le venga en gana, y conseguir no dejar indiferente a quien lo vea. Y más allá de dejarle indiferente, le deja sin saber qué pensar.
Lo que puede perdurar de Kill list una vez vista es la capacidad de construir una intriga que se enmaraña ella sola en un desvarío psicológico enfermizo. Pero a la vez, el espectador puede llegar a ser cómplice de las tretas de la película, al reírse con las situaciones grotescas y de la muy mala uva que envuelve el camino de la historia.

En definitiva, hay motivos por los que no hay que quitarle ojo al trabajo de Ben Wheatley.

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