'King Kong' y 'El Coloso en Llamas' lloran la muerte de John Guillermin
Foto: empireonline.com

John Guillermin murió, el pasado 27 de septiembre, a causa de una insuficiencia cardiovascular, en Topanga (California). El director británico fue una de las figuras eminentes, aunque controvertidas, en la época dorada del cine, llevando a sus espaldas títulos como Death on the Nile, Shaft in África, The Blue Max, The Towering Inferno o la versión de King Kong, protagonizada por Jessica Lange.

Formado en Francia y piloto británico en la Segunda Guerra Mundial, Guillermin se unió al mundo audiovisual de la mano del documental, aunque no se vislumbró su talento hasta que Hollywood le brindó la oportunidad. Tras pequeños retazos del mismo en Two on the Tiles (1951), Miss Robin Hood (1952), Su Excelencia el Sablista (1952) y Paper Gallows (1955), presentó su primera obra con carisma, Town on Trial (1957). Matizando al recurrente personaje bonachón de John Mills, con aristas malévolas, Guillermin posó sobre el celuloide una nueva forma de encarar el giro implícito de los papeles protagonistas. Un inicio de carácter contemporáneo en una época de cambios significativos.

Guillermin era de esos directores odiosos, demasiado críticos como para acomodar a un equipo de rodaje entorno a él. Un hombre frío, demasiado agresivo, a quien no le importaba lo más mínimo el autoestima de su elenco con tal de sacar lo mejor de sí. Sin embargo, tenía de su parte la genialidad de un cineasta que innovó con planos angulares subjetivos y seguimientos cámara-en-mano, plasmando una de las mejores interpretaciones de la diégetica en realización. Yo Fui el Doble de Montgomery (1958), La Gran Aventura de Tarzán (1959) o El Robo al Banco de Inglaterra (1960) no fueron trabajos de gran peso, recalcando el obstinado trabajo del director, pero sin una recepción justa. Quizás su hiriente personalidad perpetrase el fallido acompañamiento a obras giroscópicas. Con Hasta el Último Aliento (1960), tuvo su particular inicio en el cine noir, aunque, al igual que en el resto de sus películas, no terminó de satisfacer sus tormentos cinematográficos.

Tratanto de tocar varios géneros, pero sin conseguir plasmar su controvertida pasión en ninguno de ellos, pasaron 14 años hasta que, después de presentar The Blue Max, en la que narraba de forma casi autobiográfica su vivencia como piloto, El Puente de Remagen y El Cóndor, ejericicios de muestra marcial, con planos augustos entorno a la atmósfera que encerraba los movimientos en guerra, o Shaft in África, Guillermin se encumbró con The Towering Inferno (El Coloso en Llamas), donde mezcló el suspense con las relaciones interpersonales en una situación límite, bajo una estructura visual rompedora en la época.

La fotografía siempre fue su fuerte, que no el guión. Y así pudo demostrarlo en la versión de King Kong, donde le encomendó el protagonismo a unos jóvenes Jeff Bridges y Jessica Lange. El resultado, según afirma Ralph E. Winters en sus memorias, mereció la felicitación. Sin embargo, en la actualidad, la cinta está vista desde un perspectiva donde la falsa fidelidad a la original y el sinsentido remarcable, a pesar de la buena disposición de Lange, sumieron a la pieza, nuevamente, en el frenesí de lo visual.

Al director británico le quedaba una bala en la recámara, antes de lanzar piedras sobre su propio tejado con Sheena, Reina de la Selva y King Kong 2. Death in the Nile supuso el último fuego artificial a una carrera en la que su díficil manera de trabajar y la posible desorientación, en cuanto a la elección de una narrativa se refiere, lastraron la técnica de un director frustrado, aunque brillante.

Como todo genio que busca innovar, la soledad no supuso un refresco en su ingenio, sino que le sumió en un recurrente ejercicio de menosprecio para con el vecino. La preocupación por quedar delante de sus homólogos, por buscar vías diferentes sin encontrarlas, han quedado plasmadas en una filmografía con más sombras que luces pero con vestigios del talento que Guillermin no supo controlar y, por consiguiente, explotar. Poder visual, obstinación y un gran sentido del narcisismo encumbraron a un hombre que, a sus 89 años y, a pesar de no haber disfrutado de una valoración justa, se lleva un pedazo del cine de época.

VAVEL Logo