Crítica de 'Yo, él y Raquel': más problemas en la adolescencia
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Me, Earl & the Dying Girl, el título original del segundo largometraje de Alfonso Gomez-Rejon, consiguió especial expectación al alzarse con los premios a mejor película y el premio del público en el Festival de Sundance de 2015. La crítica parecía bastante generalizada en lanzar un mensaje entusiasta ante otra exitosa película independiente sobre adolescentes. The Perks of Beign a Wallflower ya pudo confirmar un acuerdo positivo entre el público más joven y desenfadado, y los críticos y jueces de distintos festivales y certámenes de Estados Unidos. Historias (quizá mas orientadas a gente joven) sobre la necesidad de desmarcarse de lo establecido, en un período de búsqueda y descubrimiento de lo que es ser persona en el mundo en el siglo XXI, y con un espíritu legítimamente rupturista, posmoderno, indagando en las emociones y los pensamientos de una generación perdida.

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Me, Earl & the Dying Girl cuenta con una virtud genérica que se lleva reinventando desde los últimos 20 años; una historia sencilla presentada de forma peculiar, diferente, con diálogos frescos y detalles originales, a veces referenciando a la cultura popular. Ahondando en las preocupaciones y las peculiariedades que puedan pasar por la mente y la existencia de unos adolescentes, esta película procura alternar brochazos de drama ante una adolescente moribunda, y mantener la sonrisa en el espectador ante el mundo pintado como lo ven los protagonistas. Un acercamiento a su mirada que deja espacios para que los actores luzcan su potencial y posibilidades actorales, moviéndose en diferentes registros conforme pasa el tiempo.

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Con inevitables ecos estilísticos a Wes Anderson, una narrativa con el ojo muy echado al éxito de Baumbach, y bajo la bendición de Brian Eno, Me, Earl & the Dying Girl proporciona un buen trabajo hasta su tercer acto, que finalmente decide dar el impulso final hacia la llorera y la lágrima, después de haber tenido a los personajes deambulando, sin ahondar demasiado en motivos humanos suficientemente sólidos como para contagiar las emociones que mueve la historia. Aunque bien contada, da la sensación de dejarse por el camino diferentes detalles que hubiesen trabajado mejor el conflicto, la historia, y la relación de los personajes en sí; el protagonista es un poco bipolar (bien), la chica tiene lo suyo (vale) pero Earl, el amigo del protagonista, da la sensación de que no añade absolutamente nada a la historia. Nada más que pasearse con el cartel de "HOLA, SOY EL AMIGO DEL PROTA" durante las secuencias. En vez de volcar todo el fuelle emocional en el desenlace, habría sido más interesante repartir un poco esa intención a lo largo de la película. Quizá se hubiese conseguido más empatía con los personajes. Dudo que no fuese el motivo del director empalagar toda la historia, dado que el final de por sí concentra unos niveles edulcorados que descolocan un poco, comparado con el tono del resto de la película. Solo se salva por el uso magnífico de la música de Eno y de Explosions in the sky.

Gomez-Rejon, hasta la realización de esta película, era más conocido por colaborar en los proyectos de series para televisión de Ryan Murphy y Brad Falchuck, como Glee, o la cada vez más aberrante, carente de principios y estrambótica American Horror Story. En 2014 dirige su ópera prima, un particular remake de The Town That Dreaded Sundown, con la que consigue salir del paso de manera regulera ante público y crítica, y ya prepara para 2017 su tercera película, The Current War, encabezada por Jake Gyllenhaal y Benedict Cumberbatch. Tres proyectos muy diferentes entre sí, en la trayectoria de un director que parece tratar de buscar su lugar en el cine y su manejo ante múltiples tonos y géneros. De momento, no va mal. Peor que dirigiendo capítulos para series como las antes citadas, imposible.

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