Si nos trasladamos diez años atrás veremos distintos jugadores, técnicos, árbitros, realidades y, quizás, hinchas. Pero hay algo que es completamente igual: las emociones. Boca Juniors y River Plate. River Plate y Boca Juniors. Un “Déjà vu” de emociones.

Boca llegaba con el pecho inflado de ser el último campeón de la Copa Libertadores de América y River se encontraba peleando el torneo y con la ilusión de lograr sacarse la espina de la eliminación ante el mismo rival en 2001. “Si ellos ponen a Palermo nosotros ponemos al Enzo”, es la frase que más se recuerda de aquel enfrentamiento, pero esa ya es otra historia.

El anfitrión del partido de ida sería la mítica Bombonera en aquel 10 de junio de 2004. El estadio está repleto de hinchas, allí ya no cabe nadie más, solo el respiro de cada simpatizante.

Los de la Ribera salían al campo de juego con: Roberto Abbondanzieri - José María Calvo, Rolando Schiavi, Nicolás Burdisso, Clemente Rodríguez; Javier Villarreal, Alfredo Cascini, Fabián Vargas, Miguel Caneo; Guillermo Barros Schelotto, Antonio Barijho; y con un hombre de traje y corbata que se sentaba en el banco a dirigir la orquesta: Carlos Bianchi.

Por su parte los de Núñez salían al gramado, con un manto de silbidos y llenos de nervios que ejercía una cancha colmada de gente azul y oro, con: Germán Lux, Ariel Garcé, Horacio Ameli, Eduardo Tuzzio, Ricardo Rojas; Javier Mascherano, Claudio Husaín, Luis González, Marcelo Gallardo; Fernando Cavenaghi y Maximiliano López. En la banca, como máximo referente en condición de entrenador, Leonardo Astrada.

Desde el pitazo inicial del árbitro Claudio Martín el partido toma forma de lucha callejera. Codazos, empujones, agarrones, patadas e insultos se amalgaman en un partido con pocas llegadas.

A los 30 minutos del primer tiempo el “Mellizo” Barros Schelotto desborda por la derecha y lanza un centro que es conectado por Rolando Schiavi y, ante la atónita mirada de los defensores de River Tuzzio y Meli, el balón entra por la línea del arco. Nada para hacer por parte de Lux, era gol de Boca. Bianchi sabía que ya estaba cumpliendo con su cometido, ir con ventaja al Monumental, aunque aún faltaban un tiempo y algo más.

A los 35 minutos del primer parcial comenzó lo que se temía: Tras un roce entre Gallardo y Cascini, seguido de empujones, el árbitro del encuentro les muestra la tarjeta roja a ambos jugadores y se desata una batalla en el centro del campo.

Golpes, insultos, cuerpos empujándose entre sí, recriminaciones y hasta rasguños fueron partícipes de un olvidable momento del partido.

“Y pegue, y pegue, y pegue Boca, Pegue”, desborda desde las tribunas. Jugadores de ambos bandos intentan separar a los más enfurecidos: Abbondanzieri, arquero Xeneize, con sangre producto de un rasguño del expulsado Gallardo, es calmado por su colega contrario Germán Lux.

En diez minutos todo se reanuda y vuelve el fútbol. O algo así. El primer tiempo acabó y los jugadores van hacia los vestuarios a rearmar las ideas de cara a la segunda parte. Ya con el segundo tiempo en marcha River intenta arremeter a Boca en su área con más garra que fútbol. Algunas faltas y rojas que debieron haberse visto el juez las deja pasar. Faltando cuatro minutos y con el resultado igual, el Millonario pierde otro soldado, Ariel Garcé ve la roja y debe irse a los vestuarios.

El partido finaliza entre otro manto de reclamos: Un claro penal no cobrado para Boca, producto de una mano en el área del ingresado “Chacho” Coudet, enardece los ánimos de los boquenses que se van de la cancha ofuscados por el final pero con un resultado positivo para la vuelta.

La vuelta, una semana después, un 17 de junio de 2004 es en el estadio Antonio V. Liberti. El Monumental. Cada espacio de las tribunas estaba lleno. Llenísimo.

En el local habrá tres cambios: Tres cambios en el equipo local: Cristian Nassuti, “Chacho” Coudet y Daniel Montenegro. En Boca irán: Luis Amaranto Perea, Pablo Ledesma, Diego Cagna y Carlos Tévez.

El árbitro ahora es Héctor Baldassi. Uno de los mejores jueces del continente sería el encargado de hacer cumplir el reglamento en la vuelta del superclásico. El primer tiempo pasa sin pena ni gloria. Un River con llegadas escasas y poca profundidad se ve apabullado –vaya paradoja- por un Boca tranquilo que no se inquieta ante la tibieza del rival.

El segundo tiempo no comienza del todo bien para el visitante: la expulsión de Fabián Vargas produce un giro inesperado. El anfitrión arremete al área del “Pato” Abbondanzieri con varias llegadas y los dirigidos por Carlos Bianchi sufren. En una jugada que inicia “Lucho” González –y termina- aparece el esperado gol que pone las cosas en tablas. Zapatazo de afuera del área y a cobrar.

Las cosas parecía que terminarían en empate y penales. River vuelve a perder soldados, Rubens Sambueza se va expulsado por “hablar de más” y con un Millonario sin cambios para hacer se lesiona el veterano defensor Millonario, Rojas. Los penales estaban cerca y ambos entrenadores ya pensaban en la lista de pateadores. Pero Bianchi todavía guardaba un as bajo la manga: Un joven llamado Franco Cángele era, sorpresivamente, arrojado al campo de juego. Todos atónitos se preparan para los últimos minutos del partido.

Luego de varios pelotazos atajados por el arquero Xeneize, Cángele toma un balón desde la banda izquierda y encara a los defensores rojiblancos que intentan detenerlo sin pena ni gloria. El joven delantero arroja un centro que pasa por los pies de todos los defensores de River, nadie detiene aquel esférico y llega el que se quería transformar en héroe: Carlos Tévez, la promesa se convertía en un cometido, y el gol estaba en garganta de todos los jugadores azul y oro.

Pocos minutos restaban para acabar y que Boca este nuevamente en una final de Libertadores. Pero el partido ofrecería otra sorpresa. Tras una seria de rebotes en el área de Xeneize un rubiecito impactaba el balón que Roberto Abbondanzieri solo observo.

Ahora sí, el tiempo estaba cumplido y habría penales. Los corazones de todos en el estadio, y en sus casas, se detenían.

Por River: Salas, Montenegro, Cavenaghi, González y López serían los encargados.

Por el lado de Boca: Schiavi, Álvarez, Ledesma, Burdisso y Villarreal, patearían.

Lux y Abbondanzieri quería convertirse en los héroes de aquella noche. Pero solo uno se llevaría ese rótulo.

Los primeros cuatro jugadores de ambos equipos convertían. La responsabilidad del último penal riverplantense estaban en píes de Maxi López, el joven delantero Millonario.

En aquel instante el experimentado arquero de Boca miró al jugador y segundos antes de que su píe impacte en el balón, el “Pato” voló hacía su derecha. Lo tapo. Un silencio cubrió el estadio.

El turno era del mediocampista de Xeneize, Villarreal. En sus pes estaba la victoria y así fue. Tiró y adentro, a partir de ahí solamente se escucharon los gritos de los jugadores visitantes. El público rival pareció desaparecer.

Boca Juniors nuevamente en una final y eliminando nada más y nada menos que a su histórico rival: River Plate.

Hoy, diez años después el destino –o el fútbol- los vuelve a poner cara a cara. Solo restan minutos. La espera agotó. Adelante, que comience el juego.