El fútbol apasiona como pocos deportes, y es por eso que la bronca ante un mal resultado suele borrarse rápido para dar lugar a una nueva esperanza. Esto sucedió luego de que Independiente perdiera como local ante San Lorenzo. La bronca por quedarse con las manos vacías sin merecerlo se opacó el lunes al palpitarse una nueva edición del Clásico de Avellaneda. Pero una vez más, los jugadores no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Desde hace más de un año el karma son los partidos importantes, ya sean clásicos, partidos de eliminación directa o determinantes en la lucha por el torneo. Independiente no gana ninguno de esos duelos claves. Sería un extremismo decir que nunca hizo nada para ganarlos, pero ante Racing, hizo todo para perderlo. A veces habrá perdido por errores puntuales, desconcentraciones, falta de puntería o definición por punto de penales, pero este domingo no fue el caso. La goleada para la Academia fue justa, puesto que los de Ricardo Zielinsky fueron superiores de principio a fin.

De entrada Racing se mostró más entero. Presionó en la salida, asfixió al mediocampo, ganó cada duelo individual o recogió cada balón dividido. Por el contrario, Independiente estuvo errático y no lúcido, llegó tarde a todas las jugadas y no pudo cumplir su primera misión de bajarle la marcha al encuentro.

La gran noche de Lisandro López y Gustavo Bou -siempre implacables contra Independiente- es el claro ejemplo de lo que le costó al equipo de Gabriel Milito meterse en el partido. Los delanteros locales fueron veloces, rápidos, certeros y sacrificados mientras que por ejemplo, a Víctor Cuesta se lo vio dubitativo y superado. Pero no se trata de criminalizar al zurdo defensor central: es sólo un ejemplo puntual de cómo afrontaron el clásico uno y otro equipo. En ese contexto ni Barco fue el que venía siendo, erróneo y sin opciones de pase. Martín Benítez dejó pasar una nueva oportunidad y expuso la mala decisión de Milito de incluirlo entre los titulares. Del resto, el "Mariscal" ya echó mano de todo su plantel y nadie le ofrece soluciones. Si bien la responsabilidad es grande por nunca sentirse cómodo su equipo en el partido, se trata de un problema que Independiente arrastra desde hace años en partidos importantes. La parsimonia de Jorge Ortíz y la firmeza de Racing para luchar por la recuperación de la pelota derivaron en el segundo gol de los locales. El golpe definitivo a un autoestima por el piso.

Queda entonces más tristeza que bronca. Racing ganó y goleó bien. Independiente está en problemas una vez más, y ya no sabe desde donde intentar solucionarlo. El domingo ante River, los jugadores tendrán otra oportunidad -una más y ya van mil- de redimirse y comenzar a cambiar su historia. De lo contrario habrán logrado que el último gran símbolo del club se vaya por la puerta de atrás, con mucha pena y nada de gloria.