Despedirse de un ídolo siempre es díficil. Y más cuando este se va muy temprano y sin avisar. Pero su enorme corazón fue la ley por la que vivió, y fue también lo que lo llevó a pasar a mejor vida.

La leyenda del fútbol paraguayo, campeón de América con su selección en 1979, sufrió un paro cardiorrespiratorio que lo privó de despertarse esta mañana. Siempre será recordado por su estilo aguerrido,picante y temperamental, que encajó a la perfección en ese equipo azul y oro de principio de década, donde compartió plantel con Blas Giunta, Roberto Márcico, el Mono Navarro Montoya, Carlos MacAllister y Chiche Soñora, entre otras glorias del club.

Solo convirtió 16 goles en sus 3 años en el club (en 1994 pasó a préstamo al Barcelona de Guayaquil), pero que en la memoria del hincha parecen muchos más. Y es que algunas de sus declaraciones eran festejadas casi como goles, y sus rendimientos en los encuentros contra River lo hacían parecer un hincha más. Algunas de sus frases más recordadas son:

"Astrada y Hernan Díaz serán mis hijos toda la vida"

"Los hinchas de Boca se acuerdan del título del 92, que para mí fue muy importante porque quedamos en la historia del club. Y también de los partidos con River. Yo me acuerdo de todos… Si les ganábamos siempre"

"Yo jugué en Francia y allá, por ejemplo, nadie conoce a River. Afuera no lo conoce nadie. A Boca, en cambio, todo el mundo. Y no lo digo sólo yo. Eso lo dicen todos"

"No conozco a nadie de River, pero cualquiera que tenga esa camiseta es mi enemigo"

Lo más importante es que siempre respaldó estas declaraciones. En nueve enfrentamientos oficiales ante los de Nuñez, perdió uno, ganó cinco y empató tres. Además, les hizo dos goles, y si solo se consideran los partidos oficiales, su récord es de un empate y dos triunfos.

Su logro más importante va a ser el haber sido pieza clave en uno de los campeonatos más importantes de la historia del club de la Ribera. Sus siete tantos en el Apertura de 1992, casi un tercio de los 24 que hizo en total el equipo, fueron vitales para romper la sequía de trofeos que había desde el Metropolitano de 1981.

Roberto se ganó inesperadamente y en poco tiempo un lugar en el corazón del hincha. Ese es el éxito más grande que puede tener un jugador, ya que hoy, cuando dejó de estar entre nosotros, pasó a la inmortalidad en la memoria, de donde nunca se tiene que ir.