La cuarta velada de atletismo olímpico en el Engenhao fue como esas noches de fiesta poco prometedoras que acaban premiando al más resistente. Quédense hasta el final, por lo que pueda pasar. Nada bueno auguraba la lluvia torrencial del verano brasileño y los asientos vacíos de un estadio que acabó eufórico celebrando el primer oro olímpico del atletismo brasileño desde 1984, el segundo del rey Rudisha y un final memorable de las mujeres de los 400 metros. Una noche que, como la anterior con Bolt y Van Niekerk, mereció una larga resaca.

El incombustible Rudisha calentó el ambiente. Revalidó su oro olímpico de Londres, algo que nadie hacía desde el mítico neozelandés Peter Snell en 1964, en una carrera que nada tuvo que ver con la de entonces, su récord mundial, su obra maestra. Su compatriota Alfred Kipketer se encargó de ello, dinamitando la carrera desde el primer metro. El keniano afrontó la final como una liebre y terminó muerto en la meta. Rudisha se limitó a seguirlo sin prestarle mucha atención.

Kipketer llevó la primera vuelta a 49,23s, cinco centésimas más rápido de lo que el Rudisha desatado a por el récord marcó hace cuatro años en Londres. Su suicidio era evidente. El rey de los 800 metros lo sabía y se colocó a su lado tras el toque de campana para dar el zarpazo hacia adelante a falta de 300 metros. El francés Pierre Ambroise Bosse apareció tras él. Era uno de los hombres más en forma de la final y suele funcionar en las carreras limpias donde se sigue a un 'frontrunner'.

Seguir a Kipteker habría sido letal para el galo, pero Rudisha era la rueda buena, aunque ya demasiado tarde. Se perdió ante el ataque del algerino Taoufik Makhloufi, sorprendente campeón olímpico de los 1.500m hace cuatro años, que obligó a Rudisha a meter una nueva marcha en la última recta (1.42.16) para asegurar la victoria y “dedicárselo a Dios”. Makhloufi batió el récord de Algeria (1.42.16) y se lo brindó “a la gente pobre”.

Bosse, que nunca tuvo turbo final, nada pudo ofrecer porque cedió también ante el estadounidense Clayton Murphy, el invitado de la final, que corrió como nunca (1.43.93) y se colgó el bronce para sorpresa general y propia (“me pregunto si estoy dormido”).

Planchazo de oro

Tampoco desmereció la final femenina de los 400m, donde la campeona Allyson Felix también cayó por la pericia de su rival, la bahameña Shaunae Miller, que se lanzó en plancha a la meta para parar el listón en 49,44s, su mejor crono, y cortar la remontada de la americana (49,51s), más fresca en la recta final en una carrera en la que Miller, la estadounidense Natasha Hastings y la jamaicana Stephanie McPhearson salieron disparadas.

Felix, más prudente, sabía cómo llegar tercera a la recta y aprovecharse de la situación, pero McPhearson resistió y se guardó un as en la manga inédito. Su oro le costó cortes, contusiones y quemaduras. “Duele”, confesó, pero como en el último Mundial batió a Felix en un podio que también cerró la jamaicana Sherick Jackson (49,85s).