Cualquier persona que no es amante del baloncesto y se encontrara con Isaiah Thomas, jamás pensaría que es una de las grandes figuras del baloncesto actual. No solo por su corta estatura, si no por su físico robusto, compacto, que parece poco ágil y un poco pesado. Solo de pensarlo… ¿Cómo podría esta persona atacar el aro y sumar dos puntos ante jugadores de 2,10 y 115 kg? Imposible. Así son los héroes, hacen posible lo imposible. 

Lo peculiar de la figura de Thomas es su determinación, su profunda convicción que lo ha lanzado a una misión alejada de cualquier otra. Una que parece embalsamarle, guarirle, domarle. Isaiah Thomas es un romático. La de un pequeño guerrero venido para dominar la NBA. Nadie confía más en Thomas que él mismo. “Voy a demostrar que soy el mejor jugador del mundo” aseguró ante los medios en el mes de febrero, tras ser nombrado All-Star. Más de 28 puntos por partido en la Regular Season, su mejor marca, llevando a los Boston Celtics, heridos en su orgullo de campeón, a lo más alto de la clasificación. Ya en los Playoffs la hazaña de Thomas coge una dirección aún más inexplicable, una que lo sitúa en el Olimpo de los más grandes.

5.12 de la madrugada. Chyna Thomas pierde la vida en un accidente de coche tras chocar con un muro. Un día después Isaiah Thomas juega en el Garden frente a los Bulls. Cualquier persona hubiera descansado, sumida en el dolor. Rendirse no era una opción para Isaiah Thomas. Solo salir y jugar. En el primer minuto de partido, tras ser consolado por Avery Bradley, metía un triple, y otro. Parecía estar en trance. Tras dos derrotas y el 0-2 inicial, eran muchos los que daban por perdida la serie, los que dejaban sin opciones a los que habían liderado el Este. Nadie confiaba, excepto Thomas. Pocos días después un 4-2 con un Thomas descomunal, mudo, sin gestos, liderando desde la convicción silenciosa. El antihéroe desafiando a las leyendas de la NBA desde sus 1,75 metros.

 El segundo partido de las semifinales de la Conferencia Este fue la consagración de la convicción, la sublimación de un antihéroe que domina, que subyuga a los rivales a su juego vertiginoso, sus penetraciones acrobáticas y su liderazgo emocional. 53 puntos, nada igual desde que otro pequeño, Iverson, lo hiciera en 2003. En la historia de los Celtics ni Larry Bird igualó tal hazaña. Y sin mediar palabra, sin ostentaciones.  Porque a Thomas no le hacen falta gestos para ser el jugador a seguir. Solo una idea, aunque tenga que morir con ella. La idea de la victoria.